En uno de los últimos plenos municipales se puntualizó sobre unas
palabras dichas por el primer teniente de alcalde, el catedrático Marcelino
Cardalliaguet, refiriéndose al uso del automóvil como “signo de la burguesía cacereña”. El concejal, señor Hurtado, le
preguntó si había querido decir que el automóvil era un artículo de lujo, y él
puntualizó que lo que había dicho era: “signo
de la burguesía cacereña”. A ustedes les extrañarán estas disquisiciones
lingüísticas, que no suelen conducir a nada, pero que es la moneda corriente en
nuestros plenos municipales.
Pero ello nos va a servir de pie, para decir que hay muchos conceptos
que deberíamos revisar, porque no tienen el significado que de antiguo
tuvieron. Burgués no significa más que habitante de un burgo, un Ayuntamiento,
y socialmente se empleó como contraposición al proletariado, para diferenciar
los que tenían más bienes de equipo o privilegios, sobre los que no tenían
ninguno.
Esto, afortunadamente, ha pasado a la historia y no puede emplearse
como arma arrojadiza en el mundo actual en el que todos, aun los que antes eran
proletarios, somos en realidad burgueses, habitantes de un burgo, y miembros de
una sociedad de consumo con bienes que ya no son signo de privilegio, sino más
bien herramientas, como suele suceder ahora con el propio automóvil herramienta
imprescindible para el propio obrero que se desplaza a un tajo, o para el
representante de comercio que lo utiliza en su profesión y para tantos otros
oficios y profesiones, aunque también lo utilicen para el ocio en horas de
asueto.
Yo no sé si el catedrático Cardalliaguet tiene o no coche, lo que sí
sé es que él no es un proletario, aunque no lo tenga, si no más bien un burgués,
como lo somos tantos otros con coche o sin él. Hoy no sé si la “lucha” está en convertir en burgueses a
los pocos proletarios que van quedando, aspiración más lógica que la contraria,
por mucha teoría anticuada que nos quede, aunque sea sólo en la terminología.
Diario HOY, 14 de junio de 1984
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