El jueves fue un día completo de fútbol, como en la época franquista,
y no queremos hacer aquí la fácil demagogia que se hacía entonces cuando se
afirmaba que el fútbol era algo así como el opio del pueblo, que se ponía para
que nos olvidáramos de otras cosas.
Nada hay nuevo bajo el sol, y esa es una tónica que no se puede
incardinar a una forma de gobierno. Lo que sí decimos es que fue una tarde
completa de retransmisiones deportivas de interés, en las que también los
cacereños —aficionados o no, que eso es lo de menos— estuvimos pendientes de la
pequeña pantalla, donde se nos sirvió en principio la confrontación entre Alemania
Federal y Portugal, y más tarde la de España – Rumanía.
Viendo ambas, pensaba yo que éramos como los “sufridores” de aquel programa; “Un,
dos, tres”, televisivo, que hemos tenido hasta hace poco. No hicimos más
que pasar sustos con la flojísima selección española y envidia de la selección
portuguesa ya que nuestros vecinos salieron como suele decirse “a comerse el mundo”, y si no se lo
comieron no fue por falta de ganas. Parecía que aquel antiguo dicho de “la furia española” se había convertido
en la “furia portuguesa”, en un
trastrueque peninsular, de que en esta parte no queda ni el recuerdo.
A uno, lo único que no le gustó de esa selección fue el uniforme, rojo
y vede, con el que parecían loros, pero lo demás se lo envidiamos porque la
nuestra era de pena, pensando sobre todo que tiene muchos más medios —y más
mimo— que la selección portuguesa.
Veo la cosa desde fuera, porque no soy comentarista deportivo, pero
con esto de nuestros futbolistas nos está pasando como las ganaderías bravas,
que están perdiendo casta al tratar de hacer un fútbol de laboratorio, en el
que nuestros futbolistas se caen, como nuestros toros, abren la boca a la
primera carrera y llegan agotados a la
suerte suprema que es la del gol.
¿Por qué no se nombra a Victorino entrenador de la selección?
Diario HOY, 16 de junio de 1984
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