Mi buen amigo don Valeriano Gutiérrez, que anda recogiendo palabras
“autóctonas” para una de sus muchas publicaciones, me decía que había recogido
la de “embocio” que yo citaba como palabra casareña propia que se emplea para decir:
mareado o “atontolinado”. Esto me da motivo para recordar las muchas
particularidades que, tanto en su habla como en sus costumbres tiene el pueblo
de Casar de Cáceres que fue antigua aldea de la capital y que, a pesar de la
proximidad con ésta, ha mantenido una personalidad propia en su habla y
costumbres que aún hoy día —a pesar de la televisión y otros medios
igualitarios— prevalecen.
De antiguo se decía —y muchos hoy día no lo creen— que El Casar tuvo
una plaza de toros cuadrada y un lagarto enorme colgado en la iglesia. Pues
bien, ambas cosas son ciertas aunque muchos casaremos de hoy día lo ignoran.
La plaza de toros cuadrada, que se utilizó algún tiempo, terminó
siendo un almacén de granos, y el “lagarto”, lo cita hasta el historiador Tomás
Martín Gil, al referirse a una de las puertas de la iglesia de Nuestra Señora
de la Asunción, a la que popularmente se la llamaba “Puerta del lagarto” por haber
existido colgado junto a ella un cocodrilo disecado, ofrenda de algún casareño
que pasó a Indias. Recuerdo que siendo párroco de esta iglesia el ya fallecido
sacerdote don Juan Paniagua —gran amigo mío— le rogué me aclarara si esto era
cierto, y don Juan me llevó a un almacén existente en la torre de la iglesia,
donde todavía se conservaba, roído ya de polillas y muy deteriorado, el mencionado
cocodrilo, contándome la historia legendaria que corría por el pueblo y que se
refería a que un casareño emigrante en América se tropezó con este feroz caimán
—que es lo que en realidad era— y no teniendo más que una caña entre las manos,
de la que se servía como báculo, le apuntó con ella encomendándose a la Virgen
de la Asunción y pidiendo se le convirtiera en escopeta. La Virgen hizo el milagro
y el casareño logró matar de un tiro al caimán, disecándolo y enviándolo a su
pueblo como exvoto, y allí estuvo muchos años colgado sobre la pila del agua
bendita. ¿Tiene un fondo de verdad esta leyenda? No lo sé, pero como me la
contaron la cuento, agregando además que El Casar es una cantera de tipismo,
donde se conservan muchas palabras “castúas”, desaparecidas ya en otros
lugares, pero empleadas allí corrientemente, sobre las que convendría
investigar.
Diario HOY, 13 de noviembre de 1981
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