Desde luego que uno de los edificios cacereños que más vueltas ha dado
con los siglos ha sido, sin duda, el convento de San Francisco, donde
actualmente la Diputación tiene instalada la Institución Cultural “El Brocense”, ha hecho un bello
auditorio en su iglesia, y donde sigue estando el colegio provincial que antes
fuera Hospicio.
Ya la erección de este monasterio franciscano fue problemática, porque
nuestro “Fuero” prohibía dar nada “a los cogullados, a los que renuncian al
siglo” y por tanto a las órdenes religiosas. Tanto es así que fray Pedro
Ferrer, que vino a fundarlo, tuvo que recurrir a “un milagro” que hizo recapacitar a nuestro municipio y dar el
oportuno permiso. Pero no hubo mucha suerte con este edificio y, sin entrar en
muchos detalles, vamos a narrar algunos de los hechos que ocurrieron en él.
Tras de una época de esplendor, llegó la Guerra de la Independencia y las
tropas francesas de Napoleón, que pasaron por aquí —y no con guante blanco—
tras asesinar al anciano obispo de Coria, don Juan Álvarez de Castro, que contaba
85 años, lo utilizaron como cuartel, desmantelando todas sus riquezas,
robándolo y asolándolo. Fue durante algún tiempo cuartel de estas tropas, que
mantenían una guarnición de ochocientos infantes y 200 caballos.
Tampoco le fue muy bien a nuestro convento con la llegada, más tarde, del
legendario personaje Juan Martín “El
Empecinado”, cuyas dotes de caudillo guerrillero hasta ha cantado en uno de
sus libros el doctor Marañón; Juan Martín venía ya en un periodo degenerado de
su vida, anteriormente heroica, y pretextando que se había dado derecho de
asilo en el convento a sus enemigos políticos, asoló el convento y asoló Cáceres
que saqueó a sus anchas.
Lo cierto y verdad es que en esa azarosa época española ninguno de los
personajes que fueron famosos y generosos según la leyenda, se portó bien con Cáceres.
Prueba de ello es que también el cura Merino pasó por Cáceres asolando y
destruyendo nuestros campos y libró batalla en Aliseda, pero su paso no fue más
que recordado con luto, como lo fue el del general Cabrera… En fin, que ni con “tirios ni con troyanos” tuvimos suerte y menos la tuvo ese convento
que dejaron destruido en varias ocasiones. Ahora se nos convirtió en
institución cultural, esperemos que su suerte cambie y la de la propia ciudad
también por aquello de “no hay bien ni
mal que cien años dure”.
Diario HOY, 18 de noviembre de 1981
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