Una de las cosas que se ha contado poco de la antigua historia de
Cáceres es la toma que de nuestra ciudad hizo el legendario caudillo lusitano,
mitad adalid y mitad bandido, llamado Geraldo Sempavor. Sucedió en los tiempos
comprendidos entre 1165 y 1168, cuando nuestra villa era mora, pero el hecho es
tan “peliculero” que merece la pena ser conocido por los cacereños.
Por aquel entonces la Reconquista no había llegado a nuestras tierras,
pero ya lo reyes de los reinos cristianos tenían un acuerdo para reparto de las
zonas que en el futuro configurarían los reinos de León —al que iban a
pertenecer la mayoría de las tierras de Extremadura—, los de Castilla y los de
Portugal.
Este acuerdo prácticamente fue roto por el rey Alfonso Henríquez de
Portugal, a cuyo servicio trabajaba el mencionado caudillo Geraldo Sempavor,
aunque a decir verdad dicho caudillo se vendía al mejor postor.
En una noche lluviosa y fría, en que las vigilancias de nuestra ciudad
mora estaban muy ajenas a un asalto, Geraldo, con sus gentes, escaló silenciosamente
nuestras murallas, pasó a cuchillo a la guarnición árabe, logró un gran botín y
se hizo dueño de Cáceres, siendo el primer cristiano —si así podía llamársele—
que tomó Cáceres a los moros. Por cierto, entre sus huestes figuraba el mítico
caballero lusitano Fuas Roupiño, originario de Nazaré en Portugal. Por este
mismo sistema, esta especie de “condotiero” tomó también Évora, Montánchez,
Urumeña y Badajoz, cosa que alarmó a Fernando II de León, que vino en ayuda de los
musulmanes, con el lógico fin de que las plazas citadas no llegaran a ser
portuguesas, hasta el punto de que Badajoz volvió a entregárselo a los moros
del alcaide Aben Habel tras de que le rindieran vasallaje.
Este caudillo lusitano era lo que entonces se llamaba un “fronteiro”,
un francotirador, que igual trabajaba para moros o cristianos y que por la
protección del rey de Portugal — como ahora sucede con la ETA en Francia— se
refugiaba allí siempre que le venían mal dadas. Terminó de mala manera, ya que
también acabó traicionando al rey de Portugal y pasándose a las huestes del
califa de Sevilla, Abu Jacob, al que también acabó traicionando, siendo
deportado a una prisión de África y muriendo al tratar de escaparse de la
misma. Es, si ustedes quieren, un recordar la pequeña historia local poco
conocida para curiosidad de los cacereños.
Diario HOY, 6 de noviembre de 1981
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