La verdad es que esto que voy a contarles a lo “peor” también les ha
ocurrido a ustedes, pero de algo tenemos que hablar. Resulta que hace ya tiempo
mi mujer decidió comprarse uno de esos cacharros a los que llamamos
electrodomésticos, que suponen una gran ayuda para el ama de casa y para la industria
nacional del actual consumismo. Nos pusimos de acuerdo con una de las casas del
ramo de toda confianza y comenzamos a ver marcas y precios. Se admitían consejos
de todo tipo: del técnico y de las amigas de mi mujer que ya tenían “el
cacharro”. Todos coincidían en que el instrumento era de una gran ayuda en una
casa (no importa aquí si era la lavadora automática, el lavavajillas u otro
aparato de la extensa gama de ayuda a la mujer). En fin, que como parecía que
de los más baratos y de mejor garantía eran los de una determinada marca
nacional, así se lo hicimos saber al vendedor, que nos dijo: “En efecto, suelen
salir buenos, pero si podéis hacer un esfuerzo económico tenemos unos de marca
alemana que, aunque son un poco más caros, no se averían nunca. Ya sabéis cómo
son los alemanes.” Se nos dijo la marca y yo aventuré mi opinión porque había
leído no sé dónde que, en efecto, la marca era alemana en origen, aunque se
montaban en España igual que los otros de marca española… “¡Pero no tienen ni
punto de comparación —dijo el vendedor—.”
Total, que me convencieron y se instaló el cacharro, que funcionó
relativamente bien durante algún tiempo hasta que una tarde nos dio el disgusto
de inundarnos la casa porque se le salía el agua que utilizaba y no había forma
de pararlo. Se tocó “zafarrancho de combate” en la familia y aun en el
vecindario y pudimos recoger el agua vertida tras un esfuerzo titánico y pedir
mil disculpas al vecino de abajo al que le habíamos destrozado la decoración
que tenía recién hecha. Vino el técnico, que dijo que la cosa era inconcebible
en esa marca y que iba a variar el “carataplaje automático” o algo así. Lo varió
y, en efecto, funcionó un día bien, pero al siguiente hubo nueva inundación, “zafarrancho”
otra vez y llamada al canto al técnico. “Es rarísimo el asunto —dijo—, pero le
voy a cambiar no sé qué manguito y ya verán ustedes como no vuelve a pasar…”
Pero pasó y entonces dijo que no tenía apretada bien no sé qué cosa… Y volvió a
pasar. La explicación que finalmente me dio es que esta gama se había hecho
posiblemente durante la transición a la democracia, cuando las huelgas eran
continuas y los obreros de los montajes no los atendían como antes… “¡Bueno!,
¿pero no quedamos en que la marca alemana era una garantía?”, inquirí un tanto
amoscado. “Pues sí —me dijo—, pero la democracia ha traído estas cosas, que por
cierto ya comienza a dejar de pasar.”
No sé yo si la explicación será válida, pero pienso que al menos a
estos productos montados en esa época les deberían poner un cartelito que
dijera algo así: “¡Ojo, la marca es buena, pero se montó en la transición…!”
¿No será esto mismo lo que les viene ocurriendo a algunos partidos políticos?
Diario HOY, 17 de noviembre de 1981
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