Pienso yo que las democracias, como las personas, tienen sus
enfermedades que se superan con la edad, pero que hay que pasar, como por
ejemplo las personas pasan el sarampión o la escarlatina. Son enfermedades
obligadas que hay que pasar a determinada edad, porque si se pasan cuando la
persona es ya mayor, entrañan más peligro, pero pasadas en su momento no suelen
tener mayor importancia y hasta los antiguos médicos las llamaban “enfermedades
del crecimiento”, y es más, las madres, cuando uno de los pequeños tenía el
sarampión, preferían que el resto de los hermanos se contagiaran de él para
evitar que lo pasaran a edades mayores que entrañaban mayor riesgo.
Creo que todas estas enfermedades se llaman “eruptivas”, porque brotan
a modo de erupción y suelen ser contagiosas.
Bien, pues uno de estos sarampiones que suelen pasar algunos de
nuestros partidos políticos de la democracia, yo los he catalogado como el
momento patológico —aunque quizás no grave— de “los cambianombres y
descuelgarretratos”, que se manifiestan en el afán de enmendar lo pasado y no
aceptar lo que ya es historia, cosa que entraña el peligro de entretenerse
mirando hacia atrás y no ver lo que se tiene por delante. En este momento
patológico se encuentran algunos miembros de nuestros partidos socialistas
acusando algunos síntomas claros de esta enfermedad que yo suponía iba a ser
más pasajera. Como ejemplo podría valer una moción presentada al Pleno de la
Diputación de Cáceres relacionada con una interpelación formulada en el
Congreso por varios diputados socialistas de Badajoz a los que no les agrada
que en el salón de sesiones de la Diputación cacereña sigan figurando dos
medallones con la imagen de Franco y de José Antonio. Estos medallones figuran
al fondo, porque en el lugar preferente figuran otros dos con la imagen de los
Reyes de España, hechos por el mismo artista. Pues bien, entre los argumentos
que el diputado socialista cacereño, César Martín Clemente presentó en esa
sesión pidiendo que se quitaran, figuró uno —entre otros muchos— realmente insólito:
pedía que se quitaran porque tanto el de Franco como el de José Antonio estaban
muy mal hechos, aunque los de los Reyes no estaban tan mal… No se salió con la
suya, claro, pero creemos que no pensó que el argumento estético se le podía
haber vuelto, en el sentido de que la Corporación acordara encargar otros dos
en los que la efigie de Franco y José Antonio alcanzaran mayor parecido.
Confiemos en que el “sarampión” pase y los que lo padecen se dediquen
a algo más constructivo.
Diario HOY, 21 de noviembre de 1981
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