sábado, 22 de julio de 2017

El sarampión y los medallones


Pienso yo que las democracias, como las personas, tienen sus enfermedades que se superan con la edad, pero que hay que pasar, como por ejemplo las personas pasan el sarampión o la escarlatina. Son enfermedades obligadas que hay que pasar a determinada edad, porque si se pasan cuando la persona es ya mayor, entrañan más peligro, pero pasadas en su momento no suelen tener mayor importancia y hasta los antiguos médicos las llamaban “enfermedades del crecimiento”, y es más, las madres, cuando uno de los pequeños tenía el sarampión, preferían que el resto de los hermanos se contagiaran de él para evitar que lo pasaran a edades mayores que entrañaban mayor riesgo.
Creo que todas estas enfermedades se llaman “eruptivas”, porque brotan a modo de erupción y suelen ser contagiosas.
Bien, pues uno de estos sarampiones que suelen pasar algunos de nuestros partidos políticos de la democracia, yo los he catalogado como el momento patológico —aunque quizás no grave— de “los cambianombres y descuelgarretratos”, que se manifiestan en el afán de enmendar lo pasado y no aceptar lo que ya es historia, cosa que entraña el peligro de entretenerse mirando hacia atrás y no ver lo que se tiene por delante. En este momento patológico se encuentran algunos miembros de nuestros partidos socialistas acusando algunos síntomas claros de esta enfermedad que yo suponía iba a ser más pasajera. Como ejemplo podría valer una moción presentada al Pleno de la Diputación de Cáceres relacionada con una interpelación formulada en el Congreso por varios diputados socialistas de Badajoz a los que no les agrada que en el salón de sesiones de la Diputación cacereña sigan figurando dos medallones con la imagen de Franco y de José Antonio. Estos medallones figuran al fondo, porque en el lugar preferente figuran otros dos con la imagen de los Reyes de España, hechos por el mismo artista. Pues bien, entre los argumentos que el diputado socialista cacereño, César Martín Clemente presentó en esa sesión pidiendo que se quitaran, figuró uno —entre otros muchos— realmente insólito: pedía que se quitaran porque tanto el de Franco como el de José Antonio estaban muy mal hechos, aunque los de los Reyes no estaban tan mal… No se salió con la suya, claro, pero creemos que no pensó que el argumento estético se le podía haber vuelto, en el sentido de que la Corporación acordara encargar otros dos en los que la efigie de Franco y José Antonio alcanzaran mayor parecido.
Confiemos en que el “sarampión” pase y los que lo padecen se dediquen a algo más constructivo.
Diario HOY, 21 de noviembre de 1981

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