Tengo que decir que me molestan las reticencias con que los
centroeuropeos o los norteuropeos reciben a nuestros emigrantes, a los que, de
algún modo, buscando el pan, han pretendido integrarse en su cultura, sin
conseguirlo del todo. Pero entre todas las “sutilezas” con que les echan en
cara su modo distinto de vida hay una que molesta sobremanera, porque es tomar
el rábano por las hojas, y volver por pasiva una cosa que nosotros podríamos
echarles en cara a ellos, pero que ellos se adelantan en echarle en cara a
nuestros emigrantes que, muchas veces, no saben cómo defenderse. Se trata del
uso del aceite de oliva. Despectivamente, suelen decir: “sus casas huelen a
aceite de oliva”…
Pues bien, para tratar de evitar el posible complejo que tal frase
pudiera suscitar en estos sencillos españoles —más por ignorancia que por otra
cosa— tenemos que decir que precisamente el olivo y su aceite ha marcado el
paso de la más profunda cultura europea y en muchos casos ha sido el vehículo
de ella. Los que deberían acomplejarse serían los descendientes de bárbaros que
siguen comiendo sebos y mantecas de animales, más o menos sofisticadas,
perfumadas y transformadas en mantequillas y margarinas Ellos pueden tener
progreso, pero la cultura —que es cosa distinta— la llevaron y la transportaron
siempre los que consumían aceite de oliva. El olivo siempre ha tenido una
significación sagrada y mítica. Noé, desde el Arca, vio que el diluvio había
pasado porque una paloma portaba en el pico una rama de olivo. Fue Grecia la
que propagó este árbol y su cultivo al mundo culto que parte de Grecia y que
nos llegó a la Península por dos vías: la greco-romana y la árabe, los
despreciables eran los bárbaros comedores de sebos y mantecas, pero nunca los
que extendieron el aceite de oliva y su consumo.
Tan importante es este árbol y su producto en la historia de la
civilización, que se ha llegado a decir que los árabes no invadieron el resto
de Europa porque abandonaron los países donde no podía cultivarse, ya que su
religión les prohibía consumir las grasas animales, práctica bárbara que siguen
realizando esos países que nos critican… Ese árbol mediterráneo y su producto,
el aceite, fueron siempre vehículos de civilización y sus consumidores gentes
que, aun ignorantes, son bastantes más civilizados que los que lo rechazan.
La picaresca —y esto es lo malo— trajo luego la colza adulterada, pero
eso es “harina de otro costal”, que no resta un ápice al consumo de aceite de
oliva.
Diario HOY, 25 de noviembre de 1981
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