(Incluida en el libro “Ventanas
a la Ciudad”)
No alcanzamos a conocerlos en su esplendor, pero por lo oído sobre
ellos, podemos asegurarles que en Cáceres capital tuvieron gran arraigo los
Carnavales, que se iniciaban con la romería de San Blas y venían a terminar el
Miércoles de Ceniza con el entierro de la sardina y que solían trazar o
improvisar las bandas de jóvenes de aquel entonces, organizadas en “comparsas”
o “murgas” que era el nombre que aquí solía darse a estas agrupaciones
carnavaleras.
Los bailes más arraigados eran los que se realizaban en “Gran Teatro”,
donde se quitaban las butacas, elevando el suelo a la altura del escenario,
utilizando éste como bar, al que se llamaba “ambigú”; otros bailes, más o menos
privados, eran los de los círculos de “La Concordia” —para los señores— y
“Artesanos” —para la clase media—. Para el pueblo existían los bailes de “La
Churrería”, “La Gallega” y otros, que solían darse en el Palacio de la Isla,
donde hoy está la Casa de la Cultura, o
en “Villa Isabel”, cerca de la Plaza de Toros, o en cualquier otro sitio,
porque solían habilitarse salones para estos días.
Hemos de decir que existían entonces casas que arrendaban disfraces de
carnaval, incluido caretas, y por poco dinero cualquiera alquilaba para estos
días, o para asistir a un baile, un traje de “arlequín”, de “dominó” o
cualquier otro, siendo más caros los más bonitos.
Aquí a los “confettis” se les
llamaba popularmente “papelinos” y se hacían de artesanía, o sea, cortando
papeles de colores, y niños y grandes durante estos días se los arrojaban a
cualquier viandante, a los que se les abromaba, sin que éstos debieran
molestarse. Donde más se gastaban los “papelinos” y “serpentinas” era en los
bailes del Gran Teatro, de los que solían sacarse carros y carros de ellos del
patio de butacas, que no se limpiaba hasta finalizar el carnaval.
Los últimos carnavales celebrados en Cáceres fueron en 1936,
perdiéndose desde entonces la tradición que, no obstante, quedó bien arraigada
en algunos de nuestros pueblos, como Navalmoral de la Mata, donde con diversos
nombres permaneció (llegándose a llamar “fiestas de invierno”. para renacer con
toda fuerza estos últimos años.
Diario HOY, 3 de febrero de 1982
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