lunes, 3 de julio de 2017

La ciudad de cartón

Hay algunas cosas ocurridas en Cáceres, y no hace tanto tiempo, que se les cuenta a los cacereños actuales y terminan no creyéndolo o al menos poniéndolo en duda y mirándote como un “bicho raro” y pensando —o diciendo si tienen confianza—: “Este tío “carroza” tiene cada cuento…”
Pues bien, esto es lo que hemos provocado en alguna ocasión en la que recordamos que aquí en nuestra ciudad hubo una época en la que por “ordeno y mando” se obligó a todos los propietarios de edificios, no incluidos en el recinto amurallado, a poner las fachadas de éstos en imitación de la cantería, en lo que se llama “cantería falsa”, haciendo desaparecer muchas fachadas singulares, bastante más bonitas que las que se les obligó a poner y sufriendo, de no hacer en el tiempo preciso, multas y hasta amenazas de cárcel, con lo que fueron muy pocas las fachadas cacereñas que se libraron de esa atrocidad arquitectónica que, quieras o no, se llevó a efecto convirtiendo nuestra población en lo que dio en llamarse “la ciudad de cartón”.
La orden la firmó don Luciano López Hidalgo —fallecido ya—, que a la sazón debía ser alcalde de Cáceres, aunque no estoy muy seguro si era alcalde, presidente de la Diputación o gobernador civil, porque las tres cosas fue en los años azarosos de la guerra civil y posteriores. Según creo recordar, del año 1936 al 37 fue alcalde; del 1938 al 39, presidente de la Diputación, y del 39 al 44, gobernador civil. Pues bien, en uno de esos periodos surgió la “orden” que había que acatar por narices y por la que desaparecieron fachadas preciosas alicatadas, como fueron las de la farmacia “Castel”, en la Plaza Mayor, y otras muchas más, aunque se libraran contadas fachadas —puesto que la orden era general— y no sin grandes disgustos de los propietarios, multas y apercibimientos. Entre las pocas que se libraron fueron las de la fachada de los Calle, en San Juan; las de la “Casa de la Chicuela” y Banco Hispano, en San Antón, y algunas de la parte de Cánovas, quizás por estar más alejadas del centro.
Cáceres quedó entonces convertida en una ciudad revocada, imitando canterías, de lo más fea que pueda imaginarse, con la lógica indignación de muchos cacereños, que, dado lo azaroso de los tiempos, no tuvieron más remedio que acatar la orden, aunque la “procesión fuera por dentro…” ¿Y como era posible que pudiera obligarse a esas cosas…? Pues lo era, aunque muchos no lo crean.
Diario HOY, 10 de junio de 1981

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