Hay algunas cosas ocurridas en Cáceres, y no hace tanto tiempo, que se
les cuenta a los cacereños actuales y terminan no creyéndolo o al menos
poniéndolo en duda y mirándote como un “bicho raro” y pensando —o diciendo si
tienen confianza—: “Este tío “carroza” tiene cada cuento…”
Pues bien, esto es lo que hemos provocado en alguna ocasión en la que
recordamos que aquí en nuestra ciudad hubo una época en la que por “ordeno y
mando” se obligó a todos los propietarios de edificios, no incluidos en el
recinto amurallado, a poner las fachadas de éstos en imitación de la cantería,
en lo que se llama “cantería falsa”, haciendo desaparecer muchas fachadas
singulares, bastante más bonitas que las que se les obligó a poner y sufriendo,
de no hacer en el tiempo preciso, multas y hasta amenazas de cárcel, con lo que
fueron muy pocas las fachadas cacereñas que se libraron de esa atrocidad
arquitectónica que, quieras o no, se llevó a efecto convirtiendo nuestra
población en lo que dio en llamarse “la ciudad de cartón”.
La orden la firmó don Luciano López Hidalgo —fallecido ya—, que a la
sazón debía ser alcalde de Cáceres, aunque no estoy muy seguro si era alcalde,
presidente de la Diputación o gobernador civil, porque las tres cosas fue en
los años azarosos de la guerra civil y posteriores. Según creo recordar, del
año 1936 al 37 fue alcalde; del 1938 al 39, presidente de la Diputación, y del
39 al 44, gobernador civil. Pues bien, en uno de esos periodos surgió la
“orden” que había que acatar por narices y por la que desaparecieron fachadas
preciosas alicatadas, como fueron las de la farmacia “Castel”, en la Plaza
Mayor, y otras muchas más, aunque se libraran contadas fachadas —puesto que la
orden era general— y no sin grandes disgustos de los propietarios, multas y
apercibimientos. Entre las pocas que se libraron fueron las de la fachada de
los Calle, en San Juan; las de la “Casa de la Chicuela” y Banco Hispano, en San
Antón, y algunas de la parte de Cánovas, quizás por estar más alejadas del
centro.
Cáceres quedó entonces convertida en una ciudad revocada, imitando
canterías, de lo más fea que pueda imaginarse, con la lógica indignación de
muchos cacereños, que, dado lo azaroso de los tiempos, no tuvieron más remedio
que acatar la orden, aunque la “procesión fuera por dentro…” ¿Y como era
posible que pudiera obligarse a esas cosas…? Pues lo era, aunque muchos no lo
crean.
Diario HOY, 10 de junio de 1981
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