(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
No crean ustedes que el mundo ha evolucionado mucho, en cuanto a
pensamientos se refiere, de unos siglos a esta parte; lo que pasa es que hay
modas. Ahora, para hacerse ricos rápidamente, se confía en las quinielas y en
la lotería; antes —cuando no había estas cosas— se confiaba más en la búsqueda
de tesoros ocultos y había hasta quienes se dedicaban a estos menesteres
aprovechando sus vacaciones para picar, como topos, en algún antiguo monumento
sobre el que hubiera alguna leyenda de este tipo. Es más, hemos llegado a
conocer algún libro en el que, de forma cabalística y oculta, se describían los
lugares de nuestra geografía donde podían buscarse estos tesoros, aunque eso
sí, se agregaba que como alguno de los buscadores dudara de la existencia del
mismo, el tesoro —automáticamente— se enterraría tres estadios más en la
tierra, con lo que algunas de estas búsquedas acababan a bofetadas entre lo
buscadores por achaques de las dudas de algún incrédulo entre “los socios”.
De los últimos tesoros de que se ha hablado en nuestra geografía
provincial ha sido del existente en la llamada “Huerta del Tesoro”, que está frontera al complejo San Francisco, y
del que no tenemos más datos; otros dos puntos que se señalaban como lugares
propicios para la búsqueda eran las ruinas de la ciudad de Sansueña, entre
Arroyo y Aliseda, y donde todavía siguen hurgando algunos adeptos a los que,
justo es decirlo, les estimuló el encuentro del fabuloso Tesoro de Aliseda; el
segundo punto, que se ha llevado su secreto a las profundidades de las aguas
del Tajo, es la famosa Torre de Floripes, que todavía puede verse emerger del
pantano de Alconétar cuando bajan las aguas. En este lugar, los últimos que
hurgaron fueron un barbero de Madrid —al que conocí— que vacacionaba a la vera
de la torre cuando ésta estaba en seco, que la taladró por diversos puntos sin
resultado positivo, y mi buen amigo Vila, que fue el último al que le
sorprendieron las aguas en estos menesteres, y aunque había encontrado una
escalera cegada que prometía mucho, hubo de abandonar su empeño y la
herramienta empleada, que todavía estará en el interior de la torre. También se
creía en los “gnomos”, “jinas” y guardadores de estos tesoros,
como se creía en el “karma” que era
una especie de maldición que pesaría sobre el que, encontrando el tesoro, lo
empleara mal... Ingenuidades, pensarán ustedes, pero —oiga— ¿no se cree hoy en
los OVNIS y en los extraterrestres? ¿No será que les hemos cambiado el nombre?
Diario HOY, 4 de septiembre de 1981
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