(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
“La Carraca de Patacatre”
fue el primer coche que hizo el servicio regular de viajeros desde la vieja
estación de ferrocarril de Cáceres al centro de la ciudad. Tomaba en la
estación a los viajeros que venían y tras unas vueltas de manivela y algunas
“toses” del motor se ponía en marcha para acabar su trayecto en la Plaza Mayor,
donde los viajeros la abandonaban para distribuirse a sus diversos
alojamientos. Por aquel entonces los automóviles cacereños de servicio público
tenían sus propios nombres y su propia personalidad que los hacían singulares.
No era sólo “La Carraca” la que tenía
nombre, sino que había una camionetilla que traía a las gentes de “Las Minas” o Aldea Moret, carrozada
sobre un “Citroën” y a la que se
llamaba, cariñosamente, “La Genoveva”,
que durante años y años —y con Castela al volante— paraba regularmente en la esquina
del actual kiosco Colón —que entonces no existía— y esperaba pacientemente allí
a recoger a los viajeros, a los que “pian,
pianito”, llevaba o traía de “Las
Minas” a Cáceres o de Cáceres a “Las Minas”.
El "Balilla", de Celestino Gutiérrez |
Era aquel un Cáceres recoleto en lo que todo tenía nombre o mote,
hasta los automóviles populares, fueran del servicio público o fueran
particulares, porque yo recuerdo que entre los cazadores era popularísimo un “Ford, modelo T”, propiedad del médico
militar don Salvador Salinas, gran aficionado al deporte cinegético, que lo
único que le faltaba era subirse a los árboles, porque se recorría esos campos
de Cáceres, fuera de veredas y caminos, siendo uno de los que abrió muchas
rutas a “cazaderos” donde antes no
podía irse más que a pie o en caballería y que recibió el nombre de “Don Rodrigo”.
En este recuento no podemos olvidar el “Amílcar” de Santaolaria, relojero que llevaba la conservación de
todos los relojes de torre de la provincia, que fue conocido en todo el
territorio aunque no tuviera más que el nombre de su marca.
Los “coches de Juan Francisco”
fueron los que reanudaron el servicio de viajeros de la vieja estación, siendo
su propietario Juan Francisco Muñoz, además de un gran conductor, un regular
poeta que había aprendido a conducir en Chicago (Estados Unidos), donde fue
emigrante por los años veinte —cuando la “ley
seca”— y contaba unas estupendas historias de gángsters en las que de algún
modo había intervenido. Ahora los servicios son impersonales y yo no sé si
decirles que hayamos ganado mucho con ello.
Diario HOY, 5 de septiembre de 1981
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.