Buenos días, amigos. Tras de su “anunciado bureo” de unos días, ya
está aquí el “ventanero” que de nuevo abre la “ventana” para otear
conjuntamente con ustedes la vida ciudadana. Para saciar la curiosidad del que
pudiera preguntárselo —ya que hay mucho curioso— diré que la “vuelta” ha sido
por el vecino país de Portugal, en el deseo de seguir una tradición muy
cacereña cual era la de ir a las playas portuguesas que, aparte de ser las que
más cerca nos caen, son las que desde hace casi un siglo vienen frecuentando
muchas familias cacereñas porque económicamente les resultaban “más rentables”.
Cierto que esta “rentabilidad” ha disminuido, pero todavía sigue siendo
más asequible para muchos que otras
zonas españolas, que se han puesto por las nubes. Decimos esto con el dolor de
que así sea, pero hoy por hoy Portugal sigue siendo más barato y más tranquilo.
De tradición el cacereño veraneaba, según su nivel económico, en
varios puntos. Los potentados —o los que se tenían como tales— veraneaban en
Santander o San Sebastián; la clase medianamente acomodada lo hacía en Portugal,
siendo los puntos más frecuentados Figueira da Foz y Espiño que luego se
aumentaron como Nazaré, Caparica, Simtra, etc. En los primeros puntos citados
era tradición —y sigue siéndolo— encontrar familias cacereñas que desde casi un
siglo allí veranean: lo Murillo, los Acedo, los Peña, los Guisado, los Sigüenza,
que convierten las calles de aquellas villas casi en unas veraniegas “calles de
Pintores”. Lo que pasa es que muchas de aquellas playas del Norte son incómodas
para el tipo de veraneo que ahora concebimos, por su oleaje o frialdad, pero
hay que pensar que cuando se inició la tradición el veraneo era de otro tipo:
asistencia al casino, con corbata, traje claro, “canotier” y bastoncito de
junco…; lo del bañarse quedaba para los niños y con bañero, no siendo lo
principal como ahora. El dinero solía estirarse más, sobre todo si había suerte
en el casino y hasta los vínculos de amistad hispano-lusos se reflejaron en
canciones como la que dice:
“Adiós las
playas de Espiño,
adiós queridos
bañeiros,
yo ya me voy
para España
porque no teño
diñeiro…”
Por descontado que la mayoría de los cacereños donde realmente
“veraneábamos” era en las “playas del botijo”, que es tanto como decir que no
nos movíamos de aquí; pero la experiencia de los otros bien vale reseñarla.
Diario HOY, 31 de julio de 1981
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