Con tanto como se viene diciendo sobre el aceite adulterado de colza
uno acaba teniendo pesadillas. La otra noche yo soñé —y lo confieso en la
intimidad— que varios fabricantes de aceite me perseguían con largas alcuzas en
forma de espadas, cargadas con el aceite tóxico y no tuve más remedio que
subirme a un árbol mientras los fabricantes, como jauría de espadachines,
esgrimiendo sus largas alcuzas, decían desde la vera del tronco: “Este tampoco
se escapa”.
No sé en qué hubiera acabado todo aquello si mi mujer, asustada de mis
gritos, no me despierta a tiempo para no morir o aceitado o del susto, pero la
verdad es que estuve sentado al borde de la cama largo rato con miedo a
volverme a dormir, por si los de las alcuzas envenenadas volvían a acosarme.
A ustedes puede parecerles broma el sueño, pero a mi no me lo parece
tanto porque este asunto es lo suficientemente serio como para no tomárselo a
broma. Estamos tan indefensos los consumidores que no es extraño este sueño al
que hago referencia ni el miedo a consumir cualquier producto por mucha
propagada de inocuidad que se venga haciendo del mismo porque también en los asuntos
de la publicidad estamos llegando a unos extremos que nos tienen también
intoxicados en todos los medios.
Por no ir más allá, ahora resulta que existe también una picaresca
entre algunos fabricantes de productos alimenticios que, impunemente, lanzan
listas falsas de productos supuestamente tóxicos en una “guerra” en la que se
ha olvidado la propia moral para fastidiar a la competencia, lanzando la
acusación hacia la marca oponente por el solo hecho de colocar sus propios
productos. Y entre tanto mar de mentiras, en el que lo que más destaca es el
encogimiento de hombros de la Administración, que debería poner coto a todo
esto, ¿a qué carta se queda el consumidor?... Porque, oiga, no se trata ya de
que se haga cumplir el Código Alimentario, sino el que se haga también cumplir
un Código Publicitario para que no nos den “gato por liebre” los que pagan.
Si existe una “publicidad tóxica” que alguien le ponga coto porque la
tranquilidad de los consumidores también debe ser sagrada. ¿No ven cómo no es
tan extraño que uno tenga esas pesadillas de las que les hablo al principio?.
Diario HOY, 20 de agosto de 1981
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