Yo he visto morir la gente de hambre en las calles de Cáceres y los
cacereños que, como yo, vivieron aquellos azarosos días de “los años del hambre” saben como se
producía este final, que no podía atajarse porque no había alimentos para
todos, y los que salimos de aquello pienso que salimos de milagro. Los
famélicos eran amigos y conocidos que, por la falta de todo, iban perdiendo
carnes pero el peor momento —en el que ya no había forma de salvarlos— era
cuando uno comenzaba a hincharse como un globo y cualquier día caía camino del
Hospital, donde buscaba un socorro que no podía dársele. En mi retina infantil
se quedó grabada la muerte de algunos de estos
convecinos en plena calle. Se los recogía y se les llevaba a algún
centro hospitalario o al depósito, sin más, y se silenciaba el caso porque eran
tiempos en los que hablar en los medios informativos de esto era jugársela.
¿Cuántos murieron así? No sabría decirlo, pero supongo que muchos.
Eran los años cuarenta y había un racionamiento teórico que no servía
para vivir, sino para morirse poco a poco. El que se salvaba era porque
recurría al “estraperlo”, comprando a
precio de oro pan, aceite y algún otro producto de primera necesidad que “los estraperlistas” le vendían. El comer
algo era una obsesión y se vendía hasta la camisa por conseguir alimento.
Los “estraperlistas” también
se la jugaban, porque entonces el que se desmandaba y era cogido “in fraganti” podía acaba en el paredón…
Pero en fin estas historias tercermundistas —de las que sólo nos separan unos
años— es mejor olvidarlas y pensar que no sucedieron, porque la fragilidad de
memoria es un bien de la Humanidad. Pero entones había el consuelo de que todos
andábamos escasos y los que “negociaban”
con el hambre también se exponían, aunque se enriquecieran. Algunas de las
fortunas de hoy parten de entonces…
Pero entre aquellos especuladores y los envenenadores de ahora —de la
colza— hay diferencias. Aquellos se enriquecieron exponiéndose y en algún caso
les debemos la vida —aunque nos costara cara—. A los de ahora sólo les debemos
la muerte y también los hemos enriquecido.
Es, si ustedes quieren, una historia también tercermundista, pero
paradójicamente de la abundancia y desde luego mucho más sucia que aquella de
los “años del hambre” que nos
traumatizó a muchos.
Diario HOY, 15 de agosto de 1981
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