Carlos Cordero, que creo presidente de la Asociación de Caballeros de
Guadalupe, envió una misiva a nuestra sección de “Cartas a HOY” en la que se
congratula de que en la supresión de tramos de vía en Extremadura —de 112
kilómetros de ferrocarril— no se hubiera incluido el ferrocarril de
Talavera-Villanueva de la Serena, que pasa por Guadalupe, y que los más de cien
mil turistas que acuden a Guadalupe anualmente, lo seguirán haciendo por la
carretera. Yo me he reído mucho con la sutileza del amigo Cordero, como creo
que se habrán reído los Guadalupenses y los extremeños que saben que el
ferrocarril de Guadalupe no funcionó nunca, porque igual que la célebre
Sinfonía de Schubert, es una obra inacabada, pero creo que el resto de los lectores
—por esa misma crítica sutil que hace la carta— pueden no haber entendido lo
que pasa con ese ferrocarril —un agravio más de los que se nos vienen haciendo
secularmente a Extremadura— y merecería la pena explicarlo.
El ferrocarril Talavera-Villanueva de la Serena, que pasa por
Guadalupe, se trazó y construyó —casi en su totalidad— durante la dictadura de
don Miguel Primo de Rivera.
Hasta hace muy poco, las estaciones, el arcén de las vías, los
túneles, los viaductos, los carteles indicadores de estaciones y pasos a nivel,
así como las propias vías, han estado allí construidos en su totalidad y
esperando el paso de los trenes que nunca llegaron, ya que con todo ese montón
de millones de pesetas invertidos en él, se llegó a la conclusión de que el
ferrocarril no iba a ser rentable y se paró la obra, de la que sólo faltaba un
tramo de unos 20 kilómetros de vía. Se adujeron entonces muchas razones para
esta supresión, entre ellas que el ferrocarril había sido hecho para sacar el
mineral de las minas de fosforita de Logrosán y, al cerrar éstas, el ferrocarril
no sería rentable.
Faltó probar si, con el turismo a Guadalupe cada día mayor, y con
pésimas carreteras, este ferrocarril no hubiera sido rentable y cómodo para ese
turismo, que se hubiera incrementado. Pero todas las gestiones fueron
infructuosas y el ferrocarril no llegó a acabarse, ni estrenarse, aunque creo
que una máquina, en una ocasión y en plan de pruebas, hizo el recorrido hasta
Logrosán. Es más, hasta estuvieron nombrados los “guardagujas” de algunos cruces y algún otro personal, pero a
aquello se le pegó el cerrojazo y nunca se quiso volver a saber de él. Faltó la
capacidad de gestión de Extremadura —como tantas veces— y faltó el pedir
cuentas a los responsables que, tras enterrar una pila de millones en ese
ferrocarril, lo abandonaron sin usarlo siquiera.
Creo que lo dicho puntualiza más la oportunidad y la sutileza de la
carta de Carlos Cordero, al que de ningún modo quiero enmendar la plana, sino
aclararla contando la historia total, para que todos la entiendan.
Diario HOY, 23 de febrero de 1984
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