
El ferrocarril Talavera-Villanueva de la Serena, que pasa por
Guadalupe, se trazó y construyó —casi en su totalidad— durante la dictadura de
don Miguel Primo de Rivera.
Hasta hace muy poco, las estaciones, el arcén de las vías, los
túneles, los viaductos, los carteles indicadores de estaciones y pasos a nivel,
así como las propias vías, han estado allí construidos en su totalidad y
esperando el paso de los trenes que nunca llegaron, ya que con todo ese montón
de millones de pesetas invertidos en él, se llegó a la conclusión de que el
ferrocarril no iba a ser rentable y se paró la obra, de la que sólo faltaba un
tramo de unos 20 kilómetros de vía. Se adujeron entonces muchas razones para
esta supresión, entre ellas que el ferrocarril había sido hecho para sacar el
mineral de las minas de fosforita de Logrosán y, al cerrar éstas, el ferrocarril
no sería rentable.
Faltó probar si, con el turismo a Guadalupe cada día mayor, y con
pésimas carreteras, este ferrocarril no hubiera sido rentable y cómodo para ese
turismo, que se hubiera incrementado. Pero todas las gestiones fueron
infructuosas y el ferrocarril no llegó a acabarse, ni estrenarse, aunque creo
que una máquina, en una ocasión y en plan de pruebas, hizo el recorrido hasta
Logrosán. Es más, hasta estuvieron nombrados los “guardagujas” de algunos cruces y algún otro personal, pero a
aquello se le pegó el cerrojazo y nunca se quiso volver a saber de él. Faltó la
capacidad de gestión de Extremadura —como tantas veces— y faltó el pedir
cuentas a los responsables que, tras enterrar una pila de millones en ese
ferrocarril, lo abandonaron sin usarlo siquiera.
Creo que lo dicho puntualiza más la oportunidad y la sutileza de la
carta de Carlos Cordero, al que de ningún modo quiero enmendar la plana, sino
aclararla contando la historia total, para que todos la entiendan.
Diario HOY, 23 de febrero de 1984
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