Algún seguidor de estas “ventanas”,
a propósito de una en la que se ofrecía la curiosidad de que César Borgia había
sido obispo de Coria, me pedía alguna curiosidad más sobre los prelados que han
pasado por nuestra sede episcopal, ya que a su modo de ver hay algunos dignos
de ser recordados. Tiene razón este interlocutor y hoy vamos a recordar a uno
que, precisamente, fue el cura que bautizó al mismísimo Miguel de Cervantes,
autor del inmortal “Quijote”.
No es que lo bautizara aquí en Coria, sino que lo bautizó, muchos años
antes en Alcalá de Henares, donde había iniciado su sacerdocio. Se trata de don
Pedro Serrano Téllez que fue obispo de Coria desde 1577 a 1578, era natural de
Bujalance (Córdoba), y antes estuvo en Alcalá de Henares, donde fue cura de
Santa María, después abad de la Colegiata, canónigo y profesor de filosofía.
Fue publicista y gran amigo de Arias Montano, el gran polígrafo que
llegó hasta citarle en sus obras.
Quizás el dato, desconocido aún para algunos cervantistas, es que este
cura fue el que dio las aguas bautismales, con sus propias manos, al que
después sería el Príncipe de los Ingenios, autor de la inmortal obra “Don Quijote de la Mancha”, razón que es
suficiente como para haber pasado a la historia.
La ceremonia, imaginada, pero basada en datos oficiales, la describe
Navarro Ledesma en su obra: “Vida del
Ingenioso Hidalgo Miguel de Cervantes”.
“Revistiéndose —dice— ayudado por el sacristán Baltasar Vázquez,
aguardaba el reverendo bachiller Serrano, cura de Santa María y amigo muy
afectuoso de Rodrigo Cervantes, cuyos hijos: Andrés, Andrea y Luisa había
bautizado también.” Se eligió para el niño el nombre de Miguel, por ser el
santo del día y fue apadrinado por Juan Pardo y la ceremonia fue pobre por ser
el padre, Rodrigo de Cervantes, sangrador y cirujano, hombre de escasos
recursos, y la madre, doña Leonor de Cortinas, noble, aunque pobre. Se hizo el
bautizo el domingo día 9 de octubre de 1547 y la “turbamulta muchachil se fue mal contenta con poco más que unos dulces y
un cuarterón de antes que Juan Pardo extrajo de sus faltriqueras…”
Lo que nadie sospechó, ni aún aquel cura que lo bautizara, es que
aquel pequeño, andando el tiempo, sería el más grande genio de las letras
españolas.
Diario HOY, 1 de febrero de 1984
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