Yo sé que la labor municipal, dentro de las labores de gestión
política, es la más difícil porque es la que se hace en contacto inmediato con el
pueblo, que la juzga día a día y suele ser drástico en admitir la teoría si no
ve inmediatamente la práctica de esa gestión y nota que lo conseguido en gestiones
anteriores se les viene deteriorando en cotas ya conseguidas que hay que
mantener, como pueden ser: el alumbrado de sus calle, la vigilancia de ellas,
la proliferación de baches en calzadas y acerados sin que se repare, el aumento
de la inseguridad ciudadana, la falta de aparcamientos. En fin, esas pequeñas
cosas que se disfrutan o padecen a diario, que son el “termómetro primario” por el que mide el pueblo.
Al pueblo le importa menos la teoría de que se está trabajando en un
mejor sistema impositivo, ni la promesa de que se va a agilizar la construcción
de viviendas o la disciplina urbanística; lo que le importa es que, al par que
se hace eso —que no se ve— se reparen los baches, en los que a diario se
destroza los tobillos, o las tapaderas de los tragantes en los que puede
romperse una pierna, o las luces de su calle que no lucen y nadie repara, o los
pasos de peatones que no se pintan y en los que se juegan la vida a diario. El
pueblo pide que la atención a lo teórico —que se verá en el futuro— no lleva
implícito el abandono de la reparación diaria y nadie se ocupe de arreglar lo
que se deteriora. El pueblo es así de primario y con esa sencillez primaria
juzga las gestiones de una corporación y dice, tras juzgarla, si es buena o
mala.
Viene esto a cuento de las puntualizaciones que don Marcelino Cardalliaguet,
primer teniente de alcalde de nuestro Ayuntamiento, hace sobre la vida municipal,
en la que dice, entre otras cosas: “Parece
que nuestros críticos se sienten especialmente atraídos hacia datos o hechos
que sean inmediatamente perceptibles: aceras, farolas, jardines… pero no
aciertan a captar todos aquellos procesos que exigen eficaz administración, que
no son apreciables al primer golpe de ojo, de cualquier inexperto que desee
hablar de todo sin entender de nada”. Y lo que debe entender don Marcelino
es que el pueblo no duda de la gestión que no se ve, sino que dice y exige que
ella puede hacerse sin dejarse deteriorar lo ya conseguido en la ciudad, lo que
se ve y se padece, como son los baches, las calles sin iluminación —que antes
tenían—, la vigilancia de ellas, la pintura de los pasos de cebra, etc., etc.
Decir que, como índice de que “se mueven”
puede servir la llamada “guerra de la
leche”, “guerra de las lechugas”
o cambio del mercadillo, no es decir nada, si estas “guerras” no se han ganado y se han resuelto en beneficio de la
mayoría. Suscitar guerras para no ganarlas, o resoluciones a “contrapelo” de todo el mundo —como el
caso del mercadillo— no puede tomarse como “tanto
a favor”, sino más bien en contra. El pueblo no pide el “bullir” mucho, sino la eficacia en
resolver o mantener las cosas que se vean, aunque sean esas nimiedades que
hacen cómoda o incómoda a una ciudad.
Diario HOY, 31 de enero de 1984
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