(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
Hace días hablamos de la afloración minera que hubo en Cáceres a
principios del pasado siglo, no sólo con la explotación de minas de fosforita,
sino la de derivados de plata y otros minerales francamente raros que se dan en
nuestro suelo provincial. Ello nos ha recordado un período del Cáceres próximo,
allá por los años cuarenta —en plena Guerra Mundial—, poco contado, conocido
como los años del wolfram.
Para entender lo que sucedió entonces tenemos que decir que, el
wolframio o tungsteno, es un mineral que se da en toda la provincia en
verdadera abundancia y hasta en superficie. Se daba el caso de que algunas de
las calles de nuestros pueblos estaban empedradas con este mineral al que aquí
no se le había dado, ni se le ha vuelto a dar, mayor importancia. Pero como la
crisis de todo tipo que entonces sufríamos aguza el ingenio se llegó a saber —y
trascendió al pueblo— que esas piedras tenían un gran valor para los
contendientes, porque el mineral que contenían era esencial para la fabricación
de aceros especiales de gran dureza, elasticidad y tenacidad y que se emplean
para fabricar armas, blindajes y proyectiles.
De forma oficial, según tengo entendido, se proporcionaba wolframio a
los países del Eje, pero no a los aliados que montaron a través de la frontera
portuguesa un contrabando de piedras de wolframio que solían pagar a buen
precio a cuantos pasaban la frontera con una carga. Esto trascendió al pueblo,
que montó un lucrativo negocio transportando piedras de wolfram a Portugal, que
convertían en fácil dinero, que solían gastar con la misma facilidad que lo
conseguían. La cosa fue tan popular que algunos se hicieron ricos por este
sistema. Se dio el caso de que en determinados pueblos desempedraron las calles
porque tenían wolfram, que se negociaba fácilmente en Portugal. Recuerdo a un
personaje muy popular en el Cáceres de aquel entonces, al que le llamaban “el Chato de los Metales” porque era
chatarrero, que se dedicaba a este estraperlo, y le debió ir tan bien que hasta
le vi encender puros en el Café Avenida —que era el sitio caro de Cáceres—,
utilizando para ello billetes de veinte duros. Otros, con más cabeza, se especializaron
en la materia y hasta llegaron a tener explotaciones mineras de este tipo,
declaradas oficialmente.
Finalmente ocurrió un caso que por lo anecdótico es digno de contarse.
Como resulta que el paso de estas piedras por la frontera portuguesa era
ilegal, se puso vigilancia para evitarlo. Entonces, algunos contrabandistas
recurrieron al sistema de simular que se estaban insultando dos grupos de
personas desde un lado y otro de la frontera, acabando por apedrearse entre
ellas. Claro está, las piedras que tiraban los del lado de acá eran de wolfram,
que más tarde recogían los del otro lado y pagaban al precio que daba su peso.
Como ven el ingenio es inagotable.
Diario HOY, 26 de febrero de 1984
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