Pienso yo que lo habitual deja de ser noticia, por mucho que lo haya
sido cuando era excepcional. Y esto sucede, no ya a nivel de medios informativos,
sino a nivel de hombre de la calle, que en la actualidad y por el cúmulo de
huelgas que se organizan para protestar de todo, lo más que pregunta es: “¿Y estos qué protestan, quiénes son?”,
sin entrar siquiera en el contenido de la propia protesta y en si es justa o
no, o si la razón está del lado de los “protestantes”,
o de los que no les dan, o no les pueden dar, lo que piden.
A veces he llegado a pensar que los sindicatos que ahora nos disfrutamos,
son un poco como el mono del que hablaba un caricato argentino, que tuvo mucho
predicamento por la radio en los años cincuenta, que lo presentaba ante los
oyentes y decía: “Y la fuerza que tiene…
querrá usted creer que apretó un “Pegaso” con la mano y sacó un “Seiscientos”.
Posiblemente alguno de ustedes recordarán a aquel cómico llamado Pepe Iglesias,
“El Zorro”, y a su célebre mono forzudo
Pues bien, en muchos casos he llegado a pensar que algunos de estos sindicatos
están más interesados en demostrar su fuerza —tanto de convocatoria, como de
protesta— que el solventarles el problema a sus afiliados y a los trabajadores
en general.
No digo que no haya razón en algunas huelgas, sino que en ellas se
habla sólo de derechos y no de obligaciones, cuando una cosa es
contraprestación de otra y para pedir algo hay que ofrecer algo, no solamente
el “acogotar” a las pocas empresas
que van quedando y que, con la crisis, ya están bien “acogotadas” de por sí. Yo no soy empresario, sino un trabajador más
al que me gustaría que me dieran la Luna, pero que como sé que no van a poder
dármela, no se me ocurre montar una huelga porque no me la dan. Creo yo que el
derecho a la huelga es un derecho
reconocido en la Constitución, pero para emplearlo excepcionalmente y cuando no
hay otros cauces para conseguir algo posible que se nos niega. Los cauces
naturales en democracia, deben ser: el Parlamento, los partidos, la negociación
lógica. Se olvida que la empresa es un barco en el que reman todos y el
provocar el naufragio del barco, no beneficia ni al capitán ni a los remeros,
aunque alguien esté empeñado en que se vayan todos al agua. Mal síntoma es que
comencemos a “pasar” también de las
huelgas, por lo frecuentes.
Diario HOY, 2 de marzo de 1984
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