(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
No podemos olvidar que el hombre en sí tiene un fondo supersticioso y
una inclinación a creer en las cosas supranormales a las que no encuentra
explicación momentánea. Digo esto, porque esta ventana la escribo un martes y
13 y porque se anuncia la celebración en Cáceres de un Congreso de Parapsicología,
por lo que parece oportuno que nos ocupemos de alguna de estas cosas que no ha
acabado de aclarar la ciencia hasta el momento, pero que vienen a demostrar —al
menos esto dicen los astrólogos y parapsicólogos— que las cosas que suceden en el cielo pueden
ser anuncio de las más nimias de la tierra.
Lo que voy a narrarles ocurrió en Cáceres por los años 1864 y
posteriores, sobre finales del pasado siglo.
Vivía aquí un don Alonso Montoya Paredes que, además de ser abogado en
ejercicio y persona de prestigio, ya que fue concejal y primer teniente de
alcalde de nuestro municipio, tenía también otros negocios de granjero y poseía
un corral de gallinas. Pues bien, una gallina negra de su corral comenzó a
poner unos extraños huevos en cuya cáscara salían, como repujadas, extrañas
figuras.
La primera y la que más llamó la atención al señor Montoya fue una
estrella con rabo, que corrió de mano en mano entre los entendidos sin que se
encontrara una explicación lógica. La gallina siguió poniendo otros huevos con
extraños dibujos: un pan, una cadena, un barco, etc.
Coincidió todo esto con que a los pocos días de aparecer el extraño
primer huevo apareció en el firmamento un cometa, por lo que nadie dudó de la
relación del dibujo y el cometa.
Al parecer, en 1680 hubo otro precedente parecido en Roma, con motivo
de la aparición de otro cometa, de lo que se ocuparon las crónicas de entonces
puesto que también otra gallina puso un huevo con el dibujo del cometa en la
cáscara, catalogándolo los sabios romanos de aquel entonces de prodigio
científico sin precedentes.
Pero nuestros cacereños del siglo pasado no eran tan sabios y lo que
hicieron en mayoría fue no volver a frecuentar la casa del abogado Montoya y
aun no cruzar delante de ella sin santiguarse, por entender que todo era cosa
del diablo o al menos de otro mundo, con el que no querían tener relación.
Diario HOY, 15 de marzo de 1984
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