
Ese día, siempre tiene uno un don José, un Pepe o una Pepita con quien
ineludiblemente tiene que cumplir, y como se daba el caso de que había un
estupendo “puente” en el fin de
semana, algunos lo aprovechaban para pasarlo fuera de la ciudad. Otras veces,
aún no estando en Cáceres, uno cumplía perfectamente con esos compromisos,
dejando encargada una tarta, un ramo de flores o un regalo en establecimientos que
abrían al público ese día. Se dejaba una tarjeta para adjuntar, y se pagaba un
poco más para que el establecimiento se ocupara de llevárselo al Pepe o la Pepa
del compromiso, el mismo día del Santo. Pues bien, esta práctica está “obsoleta” —como diría un líder
socialista—, la mayoría de los establecimientos tomaban el encargo pero sin el
compromiso de entregarlo a su destinatario, con lo que el encargante no tenía
más que dos opciones: o viajar y no enviarlo, o llevarlo él en mano y no
viajar.
Cierto que no todos los establecimientos observaron la misma práctica,
pero la mayoría sí. Tras de mucho peregrinaje por esas pastelerías o
bombonerías, había alguna de tipo familiar que sí aceptaba el compromiso.
Conste que no se discutía el precio del encargo, sino la negativa rotunda a
hacerlo, olvidando aquello de que el cliente tiene razón y aún el que los
negocios andan mal.
No andarán tal mal cuando se rechaza algo que podría producir mayores
ingresos… digo yo.
Diario HOY, 21 de marzo de 1984
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