(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
La verdad es que en Extremadura tenemos un desconocimiento
enciclopédico —como solía decir un profesor mío de bachillerato— de nuestra
gente de valía. No se trata ya de conocer nuestros valores más remotos como
podrían ser Viriato, o los propios conquistadores de América, sino algo de lo
que hicieron nuestras gentes más inmediatas que, por su valía, trascendieron lo
local y lo regional y alcanzaron un puesto internacional reconocido por el
mundo entero.
A veces, estos silencios han venido impuestos por las circunstancias,
pero así y todo, pienso yo que es obligación nuestra saber algo de nuestros
valores de rara inteligencia.
Uno de estos casos inmediatos ha sido el de Mario Roso de Luna, del
que se cumplió en 1982 el cincuentenario de su muerte, y del que —si acaso—
sabemos que se le llamó “El sabio de
Logrosán”, pues había nacido en dicho pueblo cacereño, y poco más. Algo
comienza a saberse de su obra literaria o histórica, o bien, de que al final de
su vida fue teósofo y fundó la
revista Hesperia y viajó por América donde se le tenía por un “superclase”. Se desconoce totalmente su
labor en muchísimos campos del saber, en algún caso relacionado con la historia
de su propio pueblo, y de su lucha por las minas de fosfato de Logrosán que se
explotaron algún tiempo, gracias a sus informes y gestiones.
Quizás un aspecto que desconocen sus paisanos es su labor en la
Astronomía, que fue tan universal que hasta hay, por esos cielos de Dios, un
cometa que lleva su nombre: el cometa “Roso
de Luna”.
Pues bien, el mencionado cometa fue descubierto por él en la
constelación del “Cochero”, a las
tres de la mañana del día 5 de julio de 1893, cuando el doctor Roso de Luna se
encontraba en la explanada y carretera de Las Angustias, muy cerca de su
pueblo, e iba a una inspección ocular del río Ruecas. Ello quiere decir que lo
descubrió sin valerse del telescopio, por una simple operación directa, sin
instrumentos, lo que ya indica sus enormes conocimientos en astronomía. Dio
entonces cuenta del descubrimiento al Observatorio Astronómico de Madrid, que
lo comunicó a París y al resto del mundo, publicando la revista alemana de más
prestigio de entonces dicho logro, dándole prioridad sobre trabajos publicados
en el mismo sentido por el astrónomo Rordamé, de Norteamérica, y Quenisset, de
Francia, que lo descubrieron y denunciaron también los días 8 y 9 de julio, o
sea, cuatro o cinco días después de que lo denunciara nuestro paisano, razón
por la que lleva su nombre. En aquellos momentos este cometa se encontraba más allá
del planeta Júpiter y a más de mil millones de kilómetros del Sol. Recorrió la
constelación del “Cochero”, “Osa Mayor” y “Lince”, perdiéndose entre el enjambre de estrellas de la llamada “Cabellera de Berenice”, el 10 de
noviembre de 1893.
Según se dijo en ese informe, dicho cometa no volvería jamás a verse
desde la Tierra, por describir una órbita hiperbólica.
Valga ello para que sus paisanos conozcamos algo de este sabio de
Logrosán.
Diario HOY, 28 de febrero de 1984
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