Estamos acostumbrados a imaginar la historia pasada desprovista de
aristas. Se nos ha contado de tal modo acomodaticio, que la vemos como un
cuento color rosa, cuando la verdad es que no sucedió de tal modo, sino que los
cronistas, por las razones que fueran, las dulcificaron.
Estamos por ello inclinados a pensar que las antiguas órdenes de
Caballería, órdenes religiosas, en las que se incardinaban monjes que al par
eran heroicos caballeros se dedicaban sólo a proteger a los peregrinos que
tenían que recorrer los caminos, cuando nada hay más lejos de la verdad. Así, la
Orden del Temple, que tanto predicamento tuvo en Extremadura, o las de Alcántara
y Santiago, nacidas aquí, las vemos como virtuosos caballeros y adalides de los
peregrinos que tenían que cruzar los puentes, castillos o caminos que ellos
guardaban, cuando la verdad es que estas órdenes, la mayoría de las veces,
actuaban como verdaderos bandidos que esquilmaban a quienes se ponían bajo su
feudo, o simplemente los cruzaban.
La historia está llena de estas luchas mantenidas por el vecindario de
las ciudades y villas, a las que protegían los reyes, contra estas órdenes.
Prueba de ello puede ser el saber que la Orden de Alcántara, que custodiaba el
famoso puente, cobraba como portazgo de los ganados que lo cruzaban una cabeza
por millar, pero la mayoría de las veces solían quedarse con el rebaño
completo.
La del Temple, que guarecía Alconétar, la tomó con las gentes de
Plasencia, hasta el punto de tener que intervenir el rey don Sancho IV, por
real carta de 2 de mayo de 1292, recomendando a los placentinos no utilizar ese
paso del Tajo y, de hacerlo, pedir ayuda a los concejos de Cáceres y Trujillo a
fin de que “los templarios no les roben y
asesinen como suele ser lo corriente”.
Cosa parecida pasaba en el puerto de Miravete con los “golfines” que robaban y mataban a quien
les apetecía, por lo que el mismo rey, en 1284, firma un privilegio dando su
villa de Jaraicejo a Gonzalo Godines, para que establezca en ella y su término
lo que podríamos llamar defensa del territorio, dando a los vecinos que allí
vinieran grandes privilegios.
La verdad es que los “golfines”
siguieron haciendo de las suyas, hasta que los Reyes Católicos les dieron una
especie de amnistía, tras de la cual se establecieron en Cáceres, formando
familia y dejando sus antiguas artimañas… Pero esto es ya otra historia. Lo que
sí queda claro es que la historia pasada no fue nunca tan de color de rosa como
nos la contaron.
Diario HOY, 7 de febrero de 1984
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