miércoles, 25 de octubre de 2017

Lo pasado, pasado


El aumento del nivel de vida entre los años cuarenta a sesenta implicó también un aumento del nivel higiénico-sanitario y de otros muchos niveles que nos son ya habituales, pero que no lo eran —a nivel popular— en los años anteriores. Lo curioso es que se habla de lo primero, relacionándolo con el mayor poder adquisitivo al que se llegó: la compra del coche o del piso, pero no se habla de la verdadera revolución que se operó en otros niveles, como el de las costumbres y prácticas higiénico-sanitarias, que se hicieron habituales desde entonces, pero que antes no lo eran.
No sólo es que se consiguiera desterrar el tifus y el paludismo que eran endémicos en Cáceres, sino que el ciudadano en general aprendió y se habituó a unas prácticas higiénicas particulares, que anteriormente no se podían llevar a cabo o no se tomaban en consecuencia,
Hay que decir claramente que el Cáceres de aquellos años —cuarenta a sesenta— era un Cáceres casi sin red de aguas. La mayoría de las casas, aún de estamentos medios, no tenían agua corriente, y casi era un lujo el tener un solo grifo para toda la casa, al que a lo mejor no llegaba el agua más que por las noches, y eran contadas las casas que tenían cuarto de baño y, mucho más contadas, las familias que lo utilizaban a diario. Nuestros convecinos en su mayoría —y aunque hubiera alguna excepción— se bañaban con jabón dos veces al año, sobre todo cuando había que ir al médico, y pare usted de contar. El hábito a la ducha y al baño vino después, cuando los pisos alcanzaron un confort que no tenían anteriormente y cuando a las primeras viviendas protegidas se las dotaba de baño o plato de ducha. Así y todo en la práctica de la higiene habitual se entró poco a poco y fueron las nuevas generaciones las que lo fueron imponiendo.
Recuerdo a este respecto cuando Pinilla construyó su barriada algunas de las familias que ocuparon aquellas primeras casas utilizaban la bañera o el plato de ducha para plantar flores, o para depósito de carbón con destino a los braseros. Es más, los más viejos de entonces comentaban que el ducharse o bañarse a diario era malo porque “quitaba la pelusilla del cuerpo”. No es esto crítica a lo anterior, sino mirada retrospectiva para recordar de dónde venimos y el camino que hemos recorrido y que suelen olvidar o desconocer las generaciones nuevas. No es que fueran los cacereños de entonces sucios, sino que no podían ser más limpios, porque no tenían medios para ello.
Diario HOY, 29 de enero de 1984

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