El aumento del nivel de vida entre los años cuarenta a sesenta implicó
también un aumento del nivel higiénico-sanitario y de otros muchos niveles que
nos son ya habituales, pero que no lo eran —a nivel popular— en los años
anteriores. Lo curioso es que se habla de lo primero, relacionándolo con el
mayor poder adquisitivo al que se llegó: la compra del coche o del piso, pero
no se habla de la verdadera revolución que se operó en otros niveles, como el
de las costumbres y prácticas higiénico-sanitarias, que se hicieron habituales
desde entonces, pero que antes no lo eran.
No sólo es que se consiguiera desterrar el tifus y el paludismo que
eran endémicos en Cáceres, sino que el ciudadano en general aprendió y se
habituó a unas prácticas higiénicas particulares, que anteriormente no se
podían llevar a cabo o no se tomaban en consecuencia,
Hay que decir claramente que el Cáceres de aquellos años —cuarenta a
sesenta— era un Cáceres casi sin red de aguas. La mayoría de las casas, aún de
estamentos medios, no tenían agua corriente, y casi era un lujo el tener un
solo grifo para toda la casa, al que a lo mejor no llegaba el agua más que por
las noches, y eran contadas las casas que tenían cuarto de baño y, mucho más
contadas, las familias que lo utilizaban a diario. Nuestros convecinos en su
mayoría —y aunque hubiera alguna excepción— se bañaban con jabón dos veces al
año, sobre todo cuando había que ir al médico, y pare usted de contar. El
hábito a la ducha y al baño vino después, cuando los pisos alcanzaron un
confort que no tenían anteriormente y cuando a las primeras viviendas
protegidas se las dotaba de baño o plato de ducha. Así y todo en la práctica de
la higiene habitual se entró poco a poco y fueron las nuevas generaciones las
que lo fueron imponiendo.
Recuerdo a este respecto cuando Pinilla construyó su barriada algunas
de las familias que ocuparon aquellas primeras casas utilizaban la bañera o el
plato de ducha para plantar flores, o para depósito de carbón con destino a los
braseros. Es más, los más viejos de entonces comentaban que el ducharse o
bañarse a diario era malo porque “quitaba
la pelusilla del cuerpo”. No es esto crítica a lo anterior, sino mirada
retrospectiva para recordar de dónde venimos y el camino que hemos recorrido y
que suelen olvidar o desconocer las generaciones nuevas. No es que fueran los
cacereños de entonces sucios, sino que no podían ser más limpios, porque no tenían
medios para ello.
Diario HOY, 29 de enero de 1984
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