(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
Me lo ha recordado la magnífica exposición sobre costumbristas
extremeños, que ha montado la Institución Cultural “El Brocense”.
Tengo que confesar que yo no conocía ninguna obra del pintor cacereño,
nacido en Aldea del Cano, Pedro Campón, y ella me ha dado ocasión de conocerla.
Lo que sí conocía, aunque por referencias de viejas revistas nacionales, es la
vida bohemia de Campón, que debió de ser un hombre de arrolladora simpatía y un
buscavidas internacional, cuya historia bien merece ser recordada por sus
paisanos. En realidad, a él Cáceres le vino pequeño y desarrolló parte de su
vida en Madrid, donde llegó a ser un personaje popular, un personaje insólito
de los que se rifaban las revistas de aquel entonces, por sus locuras y
genialidades, que yo comparo con las que posteriormente ha tenido Dalí, aunque
con menos fortuna por parte de Campón.
Hizo de todo en esta vida, y recorrió el mundo entero. Fue corneta en
Cáceres, domador de leones en Méjico, faquir y un montón de cosas más,
recorriendo Europa, América y Asia, lo que no era fácil entonces, y no teniendo
nunca un duro en el bolsillo. Fue amigo de los más famosos personajes de la
vida política y cultural de su época y hombre de una enorme cultura que no
llegó a ser del todo comprendida entre sus paisanos.
En Madrid, en 1922, fundó el partido político “Eti-Estético”, con el que pretendió ser diputado a Cortes, sin
conseguirlo, pero ello le dio una enorme popularidad entre el mundo
universitario de entonces, que lo paseaban a hombros tras cada mitin.
Mi conocimiento de todo esto es a través de las revistas ilustradas de
entonces. Vestía con sombrero y capa española —al estilo de Carrere, con el que
tenía gran amistad— y daba sus mítines políticos encaramado a la grupa de uno
de los leones del Congreso. No prometía nada en sus discursos, sino que con una
tremenda sinceridad, que se tomaba por locura, pedía el voto para poder vivir
él desahogadamente siendo diputado. En la dictadura de Primo de Rivera hubo de
exiliarse a Bruselas y cuando en 1941 intentaba volver a España murió en un
campo de concentración, cuando contaba 54 años.
Pienso yo que su vida de aventuras es lo que está por contar y alguien
debería tomarse la molestia de hacerlo.
Diario HOY, 11 de diciembre de 1983
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