jueves, 19 de octubre de 2017

No hay brujas, pero…


Yo no sé cómo hay gentes que se dedican aún a estas cosas, pero las hay y no tiene uno más remedio que aguantarlo. Me refiero a esas cartas que, de vez en cuando, recibes por correo, de forma anónima, en las que viene lo que solemos llamar “la cadena”.
Se trata de una carta en la que, el desocupado de turno, te dice que tienes que repetir para otras muchas personas, copiándola igual o haciendo fotocopia de ella, la misma carta, que tiene que continuar la cadena y que caso de romperla te pueden llover desgracias, con las que de forma velada te amenaza.
La última que he recibido tiene la originalidad de llevar una peseta “rubia” dentro, que la señala como la moneda de la suerte que te envían para que te quede con ella, teniendo tú que repetir la carta nueve veces y enviarla a otras tantas personas, adjuntando en cada una de ellas una peseta de tu propio bolsillo.
A Juan —dice como ejemplo— que se tomó la cosa a “pitorreo” le echaron de su cargo; a Luisa, que también rompió la cadena y tiró la carta al cesto de los papeles, se le quemó la cocina y estuvo a punto de quedar achicharrada en la casa. Sin embargo, a Pedro, que puntualmente hizo las copias y las envió, le felicitaron sus jefes y hasta le aumentaron el sueldo; Enrique, que hizo las copias pero se le olvidó echarlas a correos, se le llevó el coche la grúa, pero acordándose de las cartas las remitió y se encontró con la sorpresa de que los de la grúa le devolvieron el coche, le pidieron perdón, y hasta la tocó la lotería…” En fin, como ven, bobadas a las que no hay que hacer caso porque son pura superstición en la que no hay que creer, que indignan a personas medianamente sensatas.
Pero yo voy a remitir las cartas, por si acaso, y porque además, yo no soy una persona medianamente sensata.
Diario HOY, 10 de diciembre de 1983

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