(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
Me alegra el que la Permanente Municipal haya acordado estudiar la
situación patrimonial de la ermita de San Marquino, para ver de adecuarla como
centro social de la barriada de este nombre. Esta gestión la han pedido los
propios vecinos de la barriada, preocupados porque el pequeño e histórico
monumento pueda venirse abajo. Su mayor valor es el de su antigüedad y el que
se debió erigir cuando Alfonso IX de León vino por última vez a reconquistar
Cáceres, allá por el siglo XIII, instalando el campamento de asedio a nuestra
ciudad —mora entonces— precisamente en el altozano de San Marquino. Es más, la
primera misa que se dijo en Cáceres tras de la reconquista, se dedicó a San
Marcos, aunque en otra ermita pegada a la muralla, lo que quiere decir que la
advocación de los conquistadores cristianos era la de este santo evangelista.
Digo todo esto, por interesar a todos en la conservación de esa
ermita, que es un trozo de la historia de Cáceres. La otra, en la que se dijo
la primera misa, se perdió por los años cincuenta sin pena ni gloria, y fue una
lástima el derruirla para nada, puesto que el muñón de su base ha quedado en la
calle Miralrío.
El cambio de función, para mí, es lo de menos. Si como ermita es
problemático conservarla, me parece muy bien se convierta en salón social de la
barriada, dándole una función moderna. Algo así se hizo en San Francisco,
transformándolo en auditorio. También algo parecido se hará con el palacio de
los Duques de Valencia, convirtiéndolo en oficina de la Diputación y
transformaciones parecidas, de funciones, habrá que hacer con el resto de los
palacios cacereños si es que no queremos que se nos vengan abajo, aunque haya
que transformarlos interiormente para su nuevo cometido.
Diario HOY, 7 de junio de 1985
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