Ahora que parece estar en moda lo ecológico, que invocamos la ecología
cada dos por tres y que nos rasgamos las vestiduras ante cualquier nimio
atentado contra la Naturaleza, convendría señalar que una de las formas de
polución de la misma, en la que no parecemos parar mientes son los ruidos. Es
más, hay quien piensa que los ruidos son la modernidad y no se recatan de
hacerlos y estimarlos como lógicos del mundo actual.
Esto es tan así que algunos científicos han afirmado que la humanidad
camina hacia la sordera colectiva por el exceso de ruidos que viene aguantando
ya cuya forma de polución estamos expuestos todos, queramos o no queramos.
Se ha explicado que el aguantar decibelios y decibelios de ruidos en
exceso lleva a la dureza de oídos que, al par, necesita un mayor nivel de ruidos
para oír, con lo que la sordera será cada vez mayor.
Viene todo esto a cuento de que nuestras actuales ferias —y todas las
ferias en general— parecen más una competición de ruidos en el que cada cual
intenta hacer el más grande y el que aturda más a la concurrencia, a base de
altavoces fijos y móviles de todo tipo. Nuestras calles están recorridas por
diversos coches publicitarios que gritan su mensaje y un remedo de música
chirriante inaguantable.
Cuando uno se repone del paso de este vehículo, pasa una o dos
motocicletas de escape libre que le dejan a uno los tímpanos con timbres continuos
y a continuación otros coches con altavoces que anuncian: los toros, las
verbenas, la mejor caseta, el cine o el teatro, pero también a toda pastilla.
El real de la feria es una competición entre vendedores y atracciones a ver
quién pone la música más alta y distorsionada.
Tampoco vale el refugiarse en algún establecimiento o sala de fiestas,
porque allí también tendrán los “baffles”
al rojo vivo y uno para entenderse con s pareja, tendrá que desgañitarse o
hablar por señas.
En fin, yo no sé por qué no perseguimos esta polución del ruido y nos
ocupamos tanto de la otra.
Diario HOY, 27 de septiembre de 1985
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