viernes, 22 de diciembre de 2017

Se acabaron las ancas de rana


Olvídese usted, amigo, de volver a comer ancas de rana, o el sabrosísimo lagarto en sus diversos guisos y aún los pajaritos fritos en Extremadura. Esto que se consideraba por las cofradías de gastronomía un plato especial y singular de nuestra región, se nos ha ido al garete con la autonomía, porque la Consejería de Obras Públicas, Urbanismo y Medio Ambiente, que es la que entiende en estas cosas, ha pasado todos esos animales, que los “gourmet” aún franceses, dicen que son tan sabrosos, a especies protegidas en Extremadura.
No es que el asunto me parezca mal, sino lo que recojo es que se rompe una verdadera tradición gastronómica extremeña, que debe tener siglos de vigencia, porque la verdad es que —de antiguo— aquí se comía lagarto, pajaritos, ranas y hasta galápagos, porque no había —en muchos casos— para comer otra cosa. Nuestra gente de campo era tan pobre que cualquier cosa que encontraban la echaban al puchero, de ahí refranes como el de “ave que vuela, a la cazuela”, y tantos otros que las hacían probar cosas rarísimas. Lo que pasa es que aquello que se comió por necesidad y era plato exclusivo de la gente pobre, lo probaron los menos pobres (no los ricos, porque esos no bajan de langosta, si son verdadermanete ricos) y les gustó y hasta comenzaron a pagarlo relativamente bien, con lo que las tomas se variaron y esos “sacadores” (de ranas, tencas, pájaros, lagartos…) comenzaron a sacar algún dinero por ello que los ayudaba a vivir un poco mejor durante las temporadas. Prueba de lo que digo es que en restaurantes ahora cuesta más comerse un buen cocido o unas migas —que antes sólo comían los pobres— que cualquier otro plato.
En fin, con la orden, la tradición de venta se ha roto; aunque de lo de consumo pienso que lo que se ha hecho es encarecer la mercancía.
Diario HOY, 1 de agosto de 1985

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