Olvídese usted, amigo, de volver a comer ancas de rana, o el
sabrosísimo lagarto en sus diversos guisos y aún los pajaritos fritos en
Extremadura. Esto que se consideraba por las cofradías de gastronomía un plato
especial y singular de nuestra región, se nos ha ido al garete con la autonomía,
porque la Consejería de Obras Públicas, Urbanismo y Medio Ambiente, que es la
que entiende en estas cosas, ha pasado todos esos animales, que los “gourmet” aún franceses, dicen que son
tan sabrosos, a especies protegidas en Extremadura.
No es que el asunto me parezca mal, sino lo que recojo es que se rompe
una verdadera tradición gastronómica extremeña, que debe tener siglos de
vigencia, porque la verdad es que —de antiguo— aquí se comía lagarto,
pajaritos, ranas y hasta galápagos, porque no había —en muchos casos— para
comer otra cosa. Nuestra gente de campo era tan pobre que cualquier cosa que
encontraban la echaban al puchero, de ahí refranes como el de “ave que vuela, a la cazuela”, y tantos
otros que las hacían probar cosas rarísimas. Lo que pasa es que aquello que se
comió por necesidad y era plato exclusivo de la gente pobre, lo probaron los
menos pobres (no los ricos, porque esos no bajan de langosta, si son verdadermanete
ricos) y les gustó y hasta comenzaron a pagarlo relativamente bien, con lo que
las tomas se variaron y esos “sacadores”
(de ranas, tencas, pájaros, lagartos…) comenzaron a sacar algún dinero por ello
que los ayudaba a vivir un poco mejor durante las temporadas. Prueba de lo que
digo es que en restaurantes ahora cuesta más comerse un buen cocido o unas
migas —que antes sólo comían los pobres— que cualquier otro plato.
En fin, con la orden, la tradición de venta se ha roto; aunque de lo
de consumo pienso que lo que se ha hecho es encarecer la mercancía.
Diario HOY, 1 de agosto de 1985
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