La verdad es que el asunto de la práctica de la caza, llámesele
deporte, ejercicio o afición, se está poniendo difícil para los que ahora la
practican, lo que para mí creo es debido al indudable aumento del nivel de
vida, que aunque se nos esté deteriorando últimamente, está muy por encima del
que alcanzaron a conocer nuestros padres y abuelos, y los que en aquel tiempo
practicaban este deporte, ejercicio o afición al que llamamos caza. La masificación
de este deporte está dando al traste con las formas clásicas de practicarlo y
es la causa de que escaseen las distintas especies, aun aparte de que muchas que
eran antes piezas de caza han pasado a estar protegidas. Por simple
entretenimiento vamos a recordar cómo se hacía la caza antes y cómo se hace hoy
día.
Comenzaremos diciendo que en la época a que me refiero —la de nuestros
padres— no era fácil ni cómodo ser cazador. Como era un privilegio tener
coche, los desplazamientos a los “cazaderos”
tenían que ser, preferentemente, a pie o en bicicleta (la moto no se había divulgado
ni el “seiscientos” tampoco), algunos
privilegiados tenían coche, pero eran los menos, y otros lo arrendaban, pero
también eran escasos. Quiere todo esto decir que los desplazamientos no podían
ser muy lejos y los terrenos alejados, por esa razón, mantenían sus reservas de
caza casi intactas; aparte de que por esas incomodidades que la caza suponía,
el número de cazadores era muy reducido. Entonces no era fácil —como ahora—
salir con el coche unas horas al campo, tirar caza, y regresar a comer. La caza
implicaba madrugones para estar en el cazadero a tiempo, machacarse todo el día
andando y regresar del mismo modo o en bicicleta, para llegar a casa con la
noche entrada y hecho polvo, lo que quiere decir que el número de verdaderos
cazadores era muy reducido.
Por otra parte, como ya he dicho, el nivel de vida era muy escaso y el
cazador modesto, como era entonces la mayoría, se lo tenía que hacer todo.
Recuerdo mi infancia, ayudando a mi padre a cargar cartuchos —ya que
yo tuve un padre cazador empedernido—, porque entonces era privativo comprarlos
cargados en la tienda. Todo el trabajo que esto suponía hay que haberlo vivido
para saberlo: poner pistón a cada cartucho vacío —a lo mejor aprovechado un
montón de veces—, medir la carga de pólvora de cada uno, fabricar los “tacos” con cartón fuerte, medir el
perdigón y “embutir” todo ello en cada cartucho, uno por uno, para
“rebordearlos” con una maquina después. No, no era fácil ser cazador y por ello
el actual ejercicio de la caza, con toda clase de comodidades, no parece tener
nada que ver con aquello que, no sé si por gracia o por desgracia, ha pasado a
la historia.
Diario HOY, 13 de agosto de 1985
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