Las gentes de mi generación, de Cáceres, llamamos “años del hambre” y “años del volfram”, a los que van desde el final de la guerra civil,
sobre el cuarenta —a los primeros— y de los cuarenta y tantos a cincuenta —a
los segundos— y nos entendemos perfectamente.
Unos y otros los desconocen las generaciones actuales, pero en ambos
casos ellos marcaron una época cacereña y hasta, estoy por decir, que nos
marcaron también a nosotros.
Se va a celebrar en Extremadura el “Tercer Simposio internacional del tungsteno” y por aquello de que
tungsteno, wolframio y volfram son lo mismo y esta última designación se deba a
dos químicos españoles, los hermanos Elhúyar, voy a designarlos así, en vez de
emplear la palabra sueca: tungsteno.
Los años del volfram marcaron en Cáceres una afloración de dinero como
no se conocía. Cualquiera que consiguiera esas piedras llamadas volfram y las
llevara hasta la frontera portuguesa, las vendía a precio de oro, sin más
trabajo. Había “sacadores” que las
compraban “a domicilio”, aunque a
menor precio, y como eran piedras que estaban sobre el suelo de muchas zonas de
la provincia de Cáceres, con conocerlas y llenar un saco de ellas podría uno
hacerse rico. Las gentes, que acababan de salir de los “años del hambre” y que malvivían buscando cardillos y espárragos,
supusieron que aquello era el maná y hasta desempedraban los pueblos, si sus
piedras contenían volfram, para venderlas a los portugueses que, al parecer,
las vendían a su vez a los aliados para endurecer sus armas de guerra, ya que
oficialmente España no podía venderlas más que a los países del Eje.
Podría contar alguna anécdota de la picaresca que se empleó en todo esto,
pero de momento diré solamente que en la mayoríade los casos pasó con ese dinero
como con los del sacristán que “cantando
se vienen y cantando se van” y los que se enriquecieron volvieron a ser
pobres al poco tiempo.
Diario HOY, 14 de mayo de 1985
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