Esto de las vacaciones, y hablo de ello porque muchos cacereños las
inician hoy, en muchos casos es más bien un baño de aburrimiento necesario y
útil. Cuando uno viene estando un poco saturado del trabajo habitual, de la
rutina del trato con los compañeros y superiores, en fin, cuando uno viene
estando “hasta el gorro” de los que
le rodean, de lo que realiza y de los que le mandan, por mucho: “sí buana”, que diga a todo, es una sabia
terapéutica eso de vacacionar unos días, no sólo por el cambio de ambiente y de
aires, en ese recargar las pilas que dicen otros, sino porque el distraerse —traer
cosa distinta— es necesario, porque se trata de un ir y volver para estimar más
lo que ahora se deja. Me explico: por muy bien que uno lo pase en esos días de
vacaciones, llega un momento en que también el hábito del descanso comienza a
pesar, que es lo que yo llamo el baño de aburrimiento necesario y útil, y uno
comienza a desear la vuelta a ese trabajo que dejó y que no era tan rutinario
ni tan aburrido como pensaba cuando vino, se comienza a echar de menos a esos
compañeros, por muy cascarrabias y “malauvas”
que sean, y hasta a los jefes que, desde la lejanía, te parecen justos,
inteligentes y hasta guapos (vamos, un dechado de perfecciones) y hasta con
deferencias hacia tu persona, cuando tu pensabas al comenzar, que te trataban
como a un esclavo.
En fin, que uno vuelve con espíritu renovado para seguir aguantando la
vida, que no es poco. Ni al ir ni al volver, las cosas son como uno las
imagina, pero la vacación es buena, porque uno vuelve “desfogado” de las toxinas que le estuvieron “envenenando” todo el año. Pienso yo que con las jubilaciones debe
pasar algo parecido, aunque en estos casos lo malo es que no se puede volver al
trabajo.
Diario HOY, 30 de junio de 1985
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