Yo no sé si el exceso de ruidos en los lugares públicos es intencionado,
o lo hacen por simple mimetismo de lo que vemos hacer en las películas
americanas, que imponen sus modos a la juventud del mundo entero, posiblemente
con una intención que a nosotros se nos escapa.
Es incomprensible que en los partes diarios de la Policía de aquí —y
sospechamos que de la de los demás sitios— haya denuncias diarias de vecinos de
establecimientos de este tipo, por ejemplo de la zona de la Madrila, en lo que
a Cáceres se refiere, quejándose de que no pueden aguantar los ruidos que estos
establecimientos produce, ruidos musicales de bailes puestos a “toda pastilla”, sobre el que la
clientela tiene que hablarse a voces para entenderse entre ellos y para que los
servidores del establecimientos les entiendan. Se trata muchas veces de vecinos
muy alejados de estos lugares de esparcimiento (¿), que en sus casas y a puerta
cerrada no aguantan el ruido de esos lugares públicos en los que las gentes
—teóricamente— va a convivir.
Pienso yo que soy un inexperto en la materia, que esos excesos de ruidos
deben producir algún deterioro, no sólo en el oído, sino en el propio cerebro,
al menos cuando un día y otro se aguantan y se vuelven a ello. Se ha dicho que,
por esa razón, la humanidad camina en grupo hacia la sordera, pero uno piensa
que también caminamos hacia la mudez, y si me apura un poco, con lo de las
luces intermitentes en los clubs nocturnos, también hacia la ceguera.
“¿Hay intención de que esto sea
así?”, se pregunta uno, que recuerda lo del personaje de “La venganza de don Mendo”, lo de la Dueña,
cuando dijo aquello de: “Si es que lo
queréis así, seré ciega, muda y sorda; pero me está oliendo a mí que aquí se va
a armar la gorda”. Y puede que se arme, porque lo que se está consiguiendo
es la incomunicación total de unos con otros.
Diario HOY, 27 de octubre de 1985
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