Lo hemos dicho más de una vez, pero no está de más repetirlo para
evitar una “guerra de advocaciones”
que parece ahora cada doce de octubre, entre las de la Virgen del Pilar y la de
Guadalupe que, para decirlo con palabras de hoy, son representaciones de la
misma persona, de María, pero con nombre y tradición distinta y con una
vocación de regiones tras de cada uno de estos nombres.
La advocación de la Virgen que invocaron los descubridores y
conquistadores fue, principalmente, la de Guadalupe. En el diario de Colón
figura un pasaje que lo dice todo. Cuando el mar embravecido amenaza con dar al
traste con las carabelas, todos se encomiendan a la Virgen de Guadalupe y
prometen peregrinar a este monasterio para llevar a la Virgen un cirio de cinco
libras de cera si salen con bien de toda su aventura, y cuando el mar se calma
y se echa a suertes para ver quién irá a Guadalupe a cumplir la promesa,
tocándole hacerlo al almirante, que se traslada allí en 1493, no sólo para
llevar el cirio, sino para dar gracias por el descubrimiento y bautizar a los
dos primeros indios, sus criados, que vienen a Europa. Sus partidas de bautismo
figuran en Guadalupe, hasta con el detalle de que se les impusieron los nombres
de Pedro y Cristóbal.
La advocación del Pilar no fue al Nuevo Mundo, porque en aquel
entonces era totalmente desconocida, ya que —además— el Reino de Aragón no fue
autorizado a mandar su gente allí, y porque la patrona de este reino era
entonces la Virgen de Montserrat.
La Virgen del Pilar comienza a ser “famosa” a partir de la Guerra de la Independencia y su festividad
se hacía el 2 de enero, hasta que en 1613, ya muy posteriormente, se cambió su
fecha por la del 12 de octubre, esta es la escueta verdad histórica.
Diario HOY, 11 de octubre de 1985
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