Hay gentes que están tocadas con el don de la popularidad y que, por
mucho que suban en la escala de valores que la sociedad tiene establecida,
seguirán siempre conectadas con el pueblo, que las seguirá viendo como algo
suyo. Este es a mi juicio el caso de los académicos Camilo José Cela y Antonio
Mingote que, por razones muy dispares pero coincidentes, han sabido revestirse
de toda la dignidad que da la Academia, pero sin dejar ese tirón mágico de lo
popular, ese lograr el querer y la admiración del hombre de la calle que es lo
más difícil de lograr para cualquier hombre público. Los hombres del pueblo,
entre los que me cuento, vemos las academias como algo mágico y distante, como
una especie de “cielo” de la fama
(quizá por ello los franceses llaman “inmortales”
a sus académicos) donde el que llega se convierte en algo distante e intocable,
que el pueblo admira, aunque no entienda del todo.
Posiblemente en lo que a los escritores se refiere la diferencia está
en una escala que podrían formar los estilos, o imaginadas escuelas, en las que
las viejas cabezas podrían ser Góngora, Cervantes y Quevedo, siendo Góngora el
más distante del pueblo (que puede admirarle sin comprenderle) y Quevedo el más
próximo a él, porque sabe genializar lo que el pueblo entiende y comparte.
Creo yo que este es el caso de ese “tirón” mágico que tiene nuestro académico Camilo José Cela, que
ha llegado a Cáceres para “pregonarnos”, de forma original, las “Fiestas medievales” que comienzan ahora.
Es más, pienso que esos hombres que, como él, sigue admirando el pueblo están
más cera de lo genial que los otros y no necesitan la artificiosidad ni la
afectación con la que, los más vacíos, tratan de llenar sus carencias. Pienso
yo que estas cosas hay que decirlas, cuando merece la pena hacerlo, como en
este caso, porque en ellas radica el magisterio de las letras.
Vaya con ellas nuestra bienvenida para el pregonero.
Diario HOY, 30 de abril de 1987
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