Aunque peque de reiterativo, voy a referirme de nuevo al caso de los
mendigos portugueses. No es que uno quiera resucitar el cartel puesto el pasado
siglo y que todavía figura en alguna entrada de Cáceres, aunque medio tapado
por anuncios, que dice: “Cáceres, capital
de provincia. Prohibida la blasfemia y la mendicidad.” Yo sé que ha pasado más
de un siglo de la puesta de aquel cartel y de todo ello sólo se ha cumplido la
primera parte, razón por la cual no voy a creerme que por un simple comentario
de prensa vayamos a conseguir que aquí no se blasfeme ni se pidan limosnas. No,
no es eso lo que pretende este comentario, sino más bien el suscitar un tema
que alguien debería tomar sobre sí para resolverlo, que es el de los niños
mendigos.
Estos niños son hijos de un matrimonio, o de dos, de gitanos
portugueses a los que les debe ir bien en Cáceres, porque aquí se nos han quedado.
Son mendigos profesionales que se ponen en actitudes llamativas, bien de
rodillas, o como meditando y extienden ante ellos un cartel escrito en español (para
no emplear el portugués) moviendo a caridad, ocupando ellos, sus mujeres y los miembros
de la familia, cada cual sus puestos fijos. Yo no sé si esto es legalmente
permitido o no, ni si en contrapartida, nuestros gitanos se van a pedir a
Portugal, pero lo que no me parece bien es que los niños, niños de estos
matrimonios y bien trajeados y presentados, que están en edad escolar, sean
también explotados por los padres y estén en cualquier cruce de semáforos,
donde paran los vehículos algún tiempo, con otros carteles, abordando a los
conductores de cada uno de ellos para pedirles limosnas (sin hablar, claro).
Posiblemente los padres no pueden enseñarles otra cosa, porque ellos son mendigos
profesionales, pero estos niños deben estar en la escuela, o en algún centro
que pueda enseñarles algo más, aunque sean portugueses.
Diario HOY, 4 de septiembre de 1987
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