“Se van los eventuales”, era
lo que nos decían algunos funcionarios refiriéndose a los concejales que vana a
dejar de serlo, por decisión y, en algunos casos, sorpresa de las urnas. Se
van, pero vuelven otros, de los mismos partidos y agrupaciones, nombres en
algunos casos nuevos, que tienen que comenzar el aprendizaje de su “oficio” de edil que es más difícil de lo
que parece.
Este es un fenómeno ajeno a la política, pero que se ha venido dando
en las renovaciones de las corporaciones, tanto de la democracia como de la
dictadura. El nuevo miembro de la corporación que entra, llámese concejal o diputado,
entra con el consiguiente despiste administrativo y burocrático del que
intentarán ilustrarle sus compañeros de partido de mayor veteranía, pero por
aquello de que nadie escarmienta en cabeza ajena, tendrá que sufrir una larga
época de rodaje en la que se irá enterando de cómo funcionan las cosas allí
dentro y cómo se puede conseguir tal o cual cosa.
El fenómeno es curiosísimo y se suele dar más en los que entran a “comerse el mundo” o “descubrir la pólvora”, a los que el
funcionario comienza a mirar con cierta conmiseración, diciéndose: “Ya aprenderás”. No es que yo diga que el
funcionario pone pegas en todas las ocasiones, sino que una cosa es imaginarse
el hacer, desde fuera, y otra muy distinta es el hacer desde dentro. Vendrá
luego el juego de los presupuestos —que no hay dinero— el de los trámites y
aprobaciones, que suelen ser pequeños o grandes jarros de agua fría que la
burocracia echa encima a la ilusión del político soñador y las disciplinas y
normas de los partidos a las que hay que ajustarse, aunque uno tenga ganas de
otra cosa.
Diario HOY, 12 de junio de 1987
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