jueves, 22 de febrero de 2018

El ruidoso verano


Prácticamente, no sólo por fechas, sino por climatología, estamos totalmente inmersos en el verano, ese verano de Extremadura, que es menos verano desde que se inventaron las neveras, los acondicionadores de aire, los cuartos de baño y las piscinas (públicas o privadas). No es que yo añore los viejos veranos de botijo y colchón en el balcón en las largas y pesadas noches estivales; o el dormir en las eras, si es que de poblaciones rurales y campesinas se trataba. Lo cierto y verdad es que de aquellos antiguos veranos nos quedan cuatro días de calor, paliado por los inventos citados y el cantar de las chicharras en las siestas y de los grillos por la noche.
Lo malo de todo esto es que los hombres, con esas comodidades cada día más sofisticadas, nos estamos apartando tanto de la naturaleza que parece que no somos ya animales de  ella (racionales, pero animales al fin).
Los jóvenes sordos
Es curioso el ver que la mayoría de los que frecuentan el campo, lo hacen acompañados de un transistor, para seguir oyendo el partido, o el “chin chin” musical, que es droga sin la que no pueden vivir muchos de nuestros congéneres. Yo creo que muchos de los de nuestras jóvenes generaciones se nos han quedado sordos por el exceso de ruido de las discotecas y no pueden vivir sin la droga del ruido, encontrándose como náufragos en el campo, si es que no están ayudados por la ortopedia del transistor, el tocadiscos, el televisor portátil a toda mecha y perecerían si se los condenara, aunque sólo fuera a vacaciones, a escuchar sólo las chicharras y los grillos. Así pasará que en las playas más frecuentadas habrá un exceso de estos ruidos habituales, necesarios para que al hombre actual no le entre el “mono” de la abstinencia, si le dejamos solo con el ruido de las olas y la naturaleza.
Diario HOY, 23 de junio de 1987

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