Resulta que en el último espectáculo de los Festivales Medievales en
el que se acabaron totalmente las entradas a los torneos y hubo que hacer
largas colas para pode acceder al recinto, se detectó, posteriormente, que
habían sido falsificadas —fotocopiándolas— nada menos que un millar de
entradas, con lo que los asistentes estábamos, como se decía antiguamente, como
los piojos en costura, sin poder movernos y ocupando las escalinatas y espacios
de acceso y evacuación, que las más estrictas normas sobre espectáculos
prohíben ocupar, pero no había otro modo de poder ver el espectáculo, ni era
ese el momento de comenzar a ver cuáles eran las entradas fotocopiadas y cuáles
no.
Lo que no se ha dicho, pero que cualquier imagina, es el que algún
listo, de esos que tienen madera de engañar y aprovecharse del pueblo, hizo su
agosto, porque por broma no se falsifican tantas entradas. Sospechoso es que,
según se decía, había reventa de entradas porque éstas se habían agotado y que
se ofrecían a quinientas pesetas la entrada que, sospechamos, no había costado
ni cien porque las fotocopias debieron salir por bastante menos, aparte de que
no pudieron entrar al recinto, por imposibilidad material de estar en él, un
montón de personas con entradas, falsificadas o no, pero que las habían pagado.
Gracias que esto sucedió el último día de torneos y que ahora se han tomado
medidas para ver una por una las entradas para el teatro, aparte de llevar los
toros, que allí se iban a celebrar, al coso taurino, con canjeo previo de las
entradas ya vendidas.
A tales extremos lleva la picaresca de algún listo, del que la
sociedad tiene que defenderse, porque el falsificar, de forma artesana, una o
dos entradas para entrar uno mismo o los amigos, puede pasar, pero montar un
negocio fácil y lucrativo, consecuencias que pudieron ser funestas para todos,
pasa de ser una broma a ser un delito sin ninguna gracia.
Diario HOY, 8 de mayo de 1987
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