He leído las declaraciones que Carlota Bustelo, futura directora del
Instituto de la Mujer, ha hecho a su paso por Cáceres y aunque sólo sea a
título personal creo que es oportuno hacer algunas precisiones a las mismas.
Hay algo que señala y en lo que, en líneas generales, me muestro de
acuerdo con ella, como es que la célebre “campanillá
de Galisteo”, en cuanto a que éstas y otras costumbres folklóricas están
trasnochadas, por lógica deben irse desterrando; pero tengo que precisar que de
esta “Campanillá” se ha tratado de
hacer bandera antifeminista y en este aspecto estoy totalmente en desacuerdo
con la señorita Bustelo. Estas costumbres conocidas por “campanillá” o “cencerradas”
no iban exclusivamente contra las mujeres, sino contra quienes se salían un
poco de lo habitual en las comunidades antiguas, y casi siempre las sufrían más
hombres que mujeres. El mismo Fuero de Cáceres las regulaba, señalando que
podían darse a viudos que volvían a casarse, a viejos que se casaban con
mujeres jóvenes, cuando no estaban en edad de matrimonio, etc., lo que quiere
decir que no puede tomarse como una discriminación de sexo, sino más bien como
protesta contra mujeres u hombres que no seguían las costumbres establecidas en
aquellas sociedades de entonces. Otra cosa distinta es que la costumbre —para
hombres o mujeres— esté trasnochada y haya que desterrarla, pero ver una
discriminación feminista en ellas, es cazar fantasmas.
Otro aspecto que no acabo de ver claro en el movimiento feminista es
ese afán de presentarlo como una lucha entre la mujer y el hombre, que tienen
un cometido común que cumplir y deben ser iguales ante la ley, pero asignado a
cada sexo la función y las limitaciones que la propia Naturaleza les ha dado,
que es función que no impone el machismo sino el reparto de funciones en la
procreación entre los individuos de un sexo y los del otro, para la
perpetuación de la especie. Por muy iguales que seamos, el hombre no podrá
nunca dar la teta y la mujer trabajadora tendrá siempre el hándicap de su regla
mensual, que implica irregularidades en el rendimiento laboral, lo mismo que
las implican la gestación, el parto y la cría de la prole, que le impone menos
obligaciones al hombre, pero que es función necesaria y delicada que la mujer
tiene que seguir haciendo por muy iguales que seamos, y es que yo creo que la
cosa suele olvidarse cuando se presentan estos movimientos feministas a los que
yo diría; “Iguales ante la ley sí, pero
con diferencias naturales”… y ¡benditas diferencias!
Diario HOY, 8 de agosto de 1983
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