Hay veces que olvidamos usos, costumbres y rutinas, que han estado en
vigor hasta hace poco, o siguen estándolo, y hasta nos molesta verlos
reflejados o comentados por otros.
Entre estas costumbres sociales heredadas, figuran el ritual de los
lutos que en muchos de nuestros pueblos de Extremadura se siguen observando,
aunque cada vez se vaya elevando más la mano en estas prácticas sociales que,
en muchos casos, no pasan de ser rutina social.
Hasta no hace tanto, y aún en algunos de nuestros pueblos sigue arraigado,
la chica joven a la que le caía algún luto en la familia, o dos seguidos,
prácticamente se enterraba en vida, porque en algunos lugares, a estas mujeres
—los usos sociales— les prohibían hasta salir a la puerta de la calle durante
un año, o a llevar negros velos que le cubrían la cara durante largo tiempo, no
ir a espectáculos ni paseos ningunos, etc., etc.
Lo curioso del caso es que cuando vemos estas prácticas reflejadas en
películas, como por ejemplo esa de Summer, titulada: “La niña de luto”, nos parecen exageraciones que no suelen suceder
hace mucho tiempo.
Pues bien, para que vean que estas exageraciones se llevaban a
extremos inauditos y no hace tanto tiempo, les voy a referir una anécdota
ocurrida aquí en Cáceres cuando aún existía el “Regimiento Argel 27”, no hace tantos años, asegurándoles que aún
viven los protagonistas, aunque voy a silenciar los nombres. Era oficial de una
de las compañías, un entrañable amigo mío que fue en cierto modo coprotagonista
del suceso, y al que se le presentó uno de los quintos de su compañía diciéndole
que se le había muerto el padre y pidiéndole permiso para asistir al entierro.
El permiso le fue concedido y hacia su pueblo marchó el soldado a cumplir con
esta obligación familiar, regresando a la semana, pero con el uniforme militar
teñido de negro, desde la borla del gorro hasta las botas.
Ni que decir tiene que el sargento trató de echarle la bronca y
mandarle al calabozo, pero mi amigo el oficial —persona muy comprensiva— se
opuso a ello, explicándole, por las buenas, que el uniforme no se podía teñir,
y haciéndolo que le dieran otro nuevo.
Lo curioso es cómo pudo llegar a Cáceres en tren sin que alguna
vigilancia le llamara la atención…, pero había entonces tantos uniformes…
Diario HOY, 2 de junio de 1983
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