Ya que andamos a vueltas con la designación que de nuestra ciudad va a
hacerse, que en cierto modo eleva el rango de la misma, como algo que intenta
ser de todos y para todos, creemos que es oportuno revisar nuestros
comportamientos con quienes vienen de vez en cuando a compartir unas horas con
nosotros. No sólo se trata de tener “más
vista comercial”, como diría un catalán, sino de tener mejor y más
profesional trato para todos, principalmente de las gentes que viven del
público. Las juras de bandera son buena ocasión para ensayar lo que decimos. En
la última, ocurrida el pasado domingo, hubo una enorme afluencia de forasteros,
principalmente gentes jóvenes, que vinieron a pasar esos dos días entre
nosotros y, como es lógico, consumieron y gastaron en cafeterías, bares y
restaurantes su dinero y su tiempo. No vamos a hablar de la falta de alojamientos,
porque es tema de sobra conocido. Podemos decir que en este caso, como en otros
anteriores, hubo que buscar camas para dormir en los pueblos próximos, que
también tuvieron sus fondas y hostales llenos a rebosar.
Lo que vamos a comentar es cosa conocida por los cacereños pero no por
ello corregida; se trata, salvo honrosas excepciones de la falta de
profesionalidad de nuestros bares y de los servidores de los mismos. No parece
sino que el que sirve una copa, una caña, un café, o lo que sea, está haciendo
un favor al que lo demanda y no al revés. Se suele servir con mal gesto,
remoloneando y sin agrado, tratando de mala manera al cliente que suele estar
acostumbrado a que le traten bien, sobre todo donde viene a dejar dinero.
Algunos lo comentan aquí protestando y otros lo comentan fuera, creándonos una
fama de ciudad poco hospitalaria, cuando lo que existe es una falta de
profesionalidad de estos servicios, que podía venir a corregir esa escuela de
hostelería de la que se viene hablando, sin conseguirla, hace más de 50 años.
Diario HOY, 12 de noviembre de 1986
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