Hace unos días, María Dolores Maestre, jefe de la Oficina de Turismo
de Cáceres, nos hablaba del fenómeno turístico en la provincia y de la
preocupación que tiene la Consejería Regional de Turismo por promocionarlo.
Salió a colación el que en la región, y en casi todos nuestros
pueblos, hay mucho que ver, con lo que podríamos decir que tenemos la materia
prima, pero tenemos una total falta de infraestructura turística, que es la
causa de que muchas de las posibles rutas trazadas no puedan llevarse a efecto.
Muchos pueblos carecen de alojamiento apropiado para el turismo cómodo
—o rico—, que es el que puede dejar más beneficio, como sería el norteamericano
—con sus fuertes dólares— y no se alojan en una fonda o en una casa de
labranza, que carece de los más imprescindibles servicios y donde muchas
necesidades que surgen —ustedes me entienden— hay que hacerlas en el corral.
Esto lo decía María Dolores, de una forma velada y elegante, pero
traducido viene a decir eso; insistiendo en que, aparte de Cáceres, Badajoz,
Mérida, Zafra, Guadalupe y algún otro punto más, que tienen hoteles aceptables
o paradores turísticos en el resto de nuestros pueblos estamos casi como
estábamos a principios del pasado siglo, por muchas belleza que dichos pueblos
atesoren.
Volvemos aquí a lo de la serpiente que se muerde la cola, o a aquello
de ¿qué es lo primero el huevo o la gallina?, o para entendernos, que el dilema
radica en que no se hacen alojamientos aceptables, porque no viene el turismo y
a que el turismo no viene porque no tiene esos alojamientos.
Pero hay otro aspecto que María Dolores no dice, pero que todos —más o
menos— conocemos, y es el de la picaresca de muchos de nuestros pueblos que
suelen comenzar con el dicho tan común de: “Al
ave de paso, sartenazo”, lo que quiere decir que al poco turismo que llega
le esquilman por una falta de visión de futuro.
Yo puedo decir como ejemplo que a mi me ha costado más comerme unas
truchas en una tabernita de un pueblo perdido del Valle del Jerte, donde tenían
un criadero al lado, que lo que me cuestan comérmelas en “El Figón”, mejor guisadas y servidas por camareros.
Esto mismo suele pasar con algunos de nuestros pueblos, llamados de
veraneo, donde el arriendo de una casa cuesta más del doble de lo que cuesta un
apartamento en Benidorm, en Marbella o en Cádiz, por el mismo tiempo y con
servicios más completos.
En fin, que también hay que salir un poco al paso de nuestra picaresca
que suma puntos negativos en la posible promoción de nuestro turismo, y esto
hay que decirlo así de claro.
Diario HOY, 3 de agosto de 1983
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