viernes, 6 de octubre de 2017

A vueltas con nuestro turismo


Hace unos días, María Dolores Maestre, jefe de la Oficina de Turismo de Cáceres, nos hablaba del fenómeno turístico en la provincia y de la preocupación que tiene la Consejería Regional de Turismo por promocionarlo.
Salió a colación el que en la región, y en casi todos nuestros pueblos, hay mucho que ver, con lo que podríamos decir que tenemos la materia prima, pero tenemos una total falta de infraestructura turística, que es la causa de que muchas de las posibles rutas trazadas no puedan llevarse a efecto.
Muchos pueblos carecen de alojamiento apropiado para el turismo cómodo —o rico—, que es el que puede dejar más beneficio, como sería el norteamericano —con sus fuertes dólares— y no se alojan en una fonda o en una casa de labranza, que carece de los más imprescindibles servicios y donde muchas necesidades que surgen —ustedes me entienden— hay que hacerlas en el corral.
Esto lo decía María Dolores, de una forma velada y elegante, pero traducido viene a decir eso; insistiendo en que, aparte de Cáceres, Badajoz, Mérida, Zafra, Guadalupe y algún otro punto más, que tienen hoteles aceptables o paradores turísticos en el resto de nuestros pueblos estamos casi como estábamos a principios del pasado siglo, por muchas belleza que dichos pueblos atesoren.
Volvemos aquí a lo de la serpiente que se muerde la cola, o a aquello de ¿qué es lo primero el huevo o la gallina?, o para entendernos, que el dilema radica en que no se hacen alojamientos aceptables, porque no viene el turismo y a que el turismo no viene porque no tiene esos alojamientos.
Pero hay otro aspecto que María Dolores no dice, pero que todos —más o menos— conocemos, y es el de la picaresca de muchos de nuestros pueblos que suelen comenzar con el dicho tan común de: “Al ave de paso, sartenazo”, lo que quiere decir que al poco turismo que llega le esquilman por una falta de visión de futuro.
Yo puedo decir como ejemplo que a mi me ha costado más comerme unas truchas en una tabernita de un pueblo perdido del Valle del Jerte, donde tenían un criadero al lado, que lo que me cuestan comérmelas en “El Figón”, mejor guisadas y servidas por camareros.
Esto mismo suele pasar con algunos de nuestros pueblos, llamados de veraneo, donde el arriendo de una casa cuesta más del doble de lo que cuesta un apartamento en Benidorm, en Marbella o en Cádiz, por el mismo tiempo y con servicios más completos.
En fin, que también hay que salir un poco al paso de nuestra picaresca que suma puntos negativos en la posible promoción de nuestro turismo, y esto hay que decirlo así  de claro.
Diario HOY, 3 de agosto de 1983

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