Yo no sé si por aquello de que “los duelos con pan son menos”, existe
la tradición de que, tanto el día de los Santos como el de los Difuntos, nos lo
pasemos los vivos comiendo y más y mejor.
No es nuevo el que cualquier celebración extraordinaria la tengamos
que hacer los cristianos a base de banquetearnos unos a otros, o reunirnos a
comer —mejor o peor, que esto es lo de menos— quizás porque una comida o cena
es el momento más idóneo para, con el estómago lleno, tener un reposado cambio
de impresiones, una relación con los otros que, sobre todo, en el mundo que
vivimos en el que se come a salto de mata y donde cae, no tenemos
habitualmente.
No es por tanto la comida, sino el pretexto de reunirnos para un acto
social de relación, que es lo que importan aunque en muchos casos —y sobre todo
a los políticos— les critiquemos la excesiva frecuencia de estas reuniones.
Yo no suelo criticar esta práctica tradicional, porque pienso que
hasta Jesús se reunió en cena con sus apóstoles para la despedida, tras de la
que redimió el mundo, dicho sea salvando las diferencias
Pero en fin, a lo que quiero referirme hoy es a una práctica
tradicional que se va perdiendo, pero que todavía “colea” entre nosotros sin que yo sepa ciertamente de dónde parte la
tradición. Me refiero a lo de “asar las
castañas”. En Cáceres esta práctica se hacía precisamente por estos días,
dando motivo a una excursión campestre donde, aparte del asado del fruto del
castaño se consumían otras variedades y daba ocasión a ser un poco pórtico de
despedida del buen tiempo otoñal y de llegada del invierno. Tras de la excursión,
era obligado el tomar chocolate o café con churros, siendo este día especial
para las churrerías que, excepcionalmente, abren por la tarde y para consumir esos
dulces especiales de las fechas que son los llamados “huesos de santo” o “buñuelos
de viento”.
Ni que decir tiene que la mayoría de los días del “asado de castañas”, la excursión
terminaba mojada, por ser ésta la época de los chubascos —aunque ahora tengamos
sequía— pero ello no solía arredrar a los excursionistas que terminaban acogiéndose
a cualquier casa de campo y tenían algo más que contar entre las incidencias.
Diario HOY, 30 de octubre de 1983
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