Supongo yo que ello será ocasión de rendir recuerdo a los cacereños
que hicieron posible la instalación de aquel Museo, hoy uno de los museos
nacionales con fondos arqueológicos más interesantes, pero cuya iniciación se
debió —como otras tantas veces— a la iniciativa privada de unos cuantos cacereños
con inquietudes y visión de futuro.
Podríamos decir que este museo, como tantos otros, fue creado por la
inquietud de unos cuantos intelectuales que aportaron los primeros fondos, casi
todos donaciones particulares que se arrancaban por amistad. Era, en principio,
un lugar donde dejar depositadas cosas que pudieran ser curiosas para los
demás.
Un museo recoleto para andar por casa, en el que tuvieron gran interés
personas que ya pasaron a la historia de las inquietudes cacereñas: Sanguino
Michel, Publio Hurtado, Tomás Martín Gil, Miguel Ángel Orti Belmonte, por citar solo nombres del principio.
Yo recuerdo que en esta iniciación hubo dos aciertos, uno de ellos la
elección de la Casa de las Veletas que, de por sí aportaba ya una pieza
interesante y única como era el Aljibe, y otra nombrar como directivos a
personas con verdadera inquietud y preparación, aparte de visión futura, de lo
que debería ser un museo.
Entre ellos, al único que yo traté y conocí —porque fue profesor mío—
fue a don Miguel Ángel Orti Belmonte, uno de los arqueólogos e historiadores
con más profundos conocimientos y preparación en el tema. Con él hay que
decirlo, el museo comenzó a dejar de ser un “cajón de sastre” para convertirse en una exposición con verdadera
garra científica.
Gracias a él, quedaron en dicho museo muchas de las piezas que se
lograron extraer en la excavación que hiciera por los años veinte y treinta el
alemán Schulten, en el campamento de “Cáceres
el Viejo”.
Tengo entendido que muchas piezas interesantes viajaron a Alemania,
para ser catalogadas, y nunca regresaron de allí, pero otras muchas quedaron en
nuestro museo que, desde entonces, comenzó a tomar contenido científico.
Luego vino la época actual y más conocida con personas tan caracterizadas
como el Conde de Canilleros o Carlos Callejo, y una pléyade de jóvenes
especialistas, y de profesionales, que lo han regido hasta la actualidad, pero
el impulso fue el de aquellos aficionados que supieron darle contenido y
utilidad hasta que pasó a integrarse a la red de museos nacionales.
Ahora, nuestro Museo de las Veletas cumplirá los cincuenta años de su
creación y creo que es ocasión de recordar a los que lo hicieron posible y
divulgar su función actual que, en gran parte, se debe a aquellos pioneros,
Sé que el actual director, Antonio Álvarez, tiene algún proyecto en
este sentido y lo que hace falta es abrigarlo para que ese cincuentenario no
pase “sin pena y sin gloria”.
Diario HOY, 25 de junio de 1983
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