miércoles, 4 de octubre de 2017

Trampa y cartón


Cuando ustedes vean en sus casas, a través de televisión —si lo ven— el serial “Santa Teresa”, que sospecho se llamará algo así como “Castillo interior”, que es el nombre que lleva la “claqueta” con la que filman, verán pasar por las calles de Sevilla —que serán las calles del Cáceres monumental— una procesión del Corpus cuyo paso por la pantalla durará escasamente unos segundos y, si acaso, uno o dos minutos. Pues bien, para filmar esa escena de unos minutos escasos, ayer estuvieron: los actores, los cuadros directivos y unos 200 figurantes, que alcanzarán entre unos y otros más de trescientas personas, recorriendo una y otra vez la calla Ancha —que es la que figura ser Sevilla— desde las siete de la mañana hasta pasadas las tres de la tarde, porque a esa hora, el que esto escribe, dejó de presenciar la filmación —que no acababa de salir— y todavía, como suele decirse, estaba “la pelota en el tejado”.
Cuando vemos tranquilamente una película no solemos pensar en el ímprobo, cansado y monótono trabajo de los que la filman, no pensamos nunca que una pequeña escena de unos escasos segundos ha supuesto, a lo mejor, el trabajo de todo un día, la reiteración de la escena, la repetición de la misma una y otra vez, la desesperación de la dirección y los técnicos y un cúmulo de inconvenientes de gentes que se han machacado, total para conseguir sólo unos segundos de película, que unidos a otros —conseguidos de la misma manera— formarán el todo de ella, que a los que no vieron la filmación les parecerá la cosa más natural del mundo.
Digo esto, porque presenciando unas tomas de este tipo, uno se da cuenta de lo ingrato que es el trabajo de “peliculero” —dicho sea sin ánimo de ofender— y lo bonito que parece desde fuera.
Pasa esto en muchas profesiones que parecen bellas desde fuera, pero que tienen su calvario desde dentro.
Esa pequeña escena comenzó a rodarse desde las primeras horas de la mañana y aparte del maquillaje y la explicación a actores y figurantes, que llevó su tiempo, comenzaron los inconvenientes. Unas cuantas veces se hizo el recorrido de la calle, como ensayo, y cuando se estimó que todo el mundo sabía lo que tenía que hacer, comenzaron a intentar el rodaje.
Se daban las órdenes oportunas, se pedía silencio y comenzaba todo, pero unas veces porque el “cohetero”, el chico que tiraba los cohetes, le temblaban las manos, había que cortar y repetir de nuevo; otras veces fueron los frailes figurantes, que se equivocaron de lugar; otra más, porque la jirafa de la cámara no subía  lo suficiente; otra porque a medio rodaje se había terminado la película; otra porque la custodia, con tanto ir y venir calle abajo y calle arriba, se había descompuesto, o porque el quitasol del señor obispo —el de la película— tenía una varilla suelta: o porque se habían terminado los pétalos de flores que se arrojaban de los balcones… En fin, que hubo procesión de ida y vuelta durante toda la mañana, para lograr que “la trampa y el cartón” de la película no lo pareciera. Figurantes, actores y equipo trabajaron como chinos a pleno sol, para dos segundos de película… “y luego dicen que el pescado es caro”, parafraseando el dicho clásico.
Yo no sé cómo saldrá la película, pero tras lo visto, salga como salga, yo estoy dispuesto a aplaudirla.
Diario HOY, 24 de junio de 1983

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