Hay temas que para algunos, la gran mayoría, pueden parecer nimios,
pero que, por afectar a un colectivo relativamente grande de aficionados a un
deporte tan popular como la caza tienen su sal y su sustancia dentro y fuera de
ese mundillo
Se está ahora en la renovación de los arrendamientos de la caza de los
diversos cotos particulares, dejemos los sociales aparte, y en estas
renovaciones surgen los inconvenientes de la tremenda falta de caza en los
mismos, el aumento del precio de ellos por parte del dueño de la finca, que ve
en ello una forma de ingresos saneados y el aumento del furtivismo interno y
externo de estas reservas de caza, que cada día están más agotadas, por mucho
que los verdaderos deportistas de la escopeta hagan por que esto no suceda. No
olvidemos que el mayor interesado en que la caza persista en esos cotos es el
propio cazador, porque si se agota esa caza, se habrá ido al garete su deporte.
Hay algo que hay que aclarar al gran público al que esto de ser “socio” de un coto, o tener un coto, le
suena a persona pudiente cuando en la mayoría de los casos no es así.
Hay que explicar que las partidas de aficionados a la caza, gente trabajadora
y no millonaria, viendo que cada vez son menos los terrenos libres, y cada vez
es menor la caza de los pocos que quedan, hacen el sacrificio de pagar entre
todos los que forman esa partida el arriendo de la caza de una finca en el
deseo de seguir ejerciendo su deporte en ella, aunque le cueste un sacrificio
económico en común. Por regla general, a este sacrificio económico se unen
otros sacrificios como es: No cazar a diario en una finca —para que la caza
dure toda la temporada—, mimar el que las especies puedan reproducirse, cuidar
de que no haya furtivismo en ella, etcétera.
Muchas veces todos estos sacrificios se hacen aún en contra del
criterio del propio dueño de la finca, al que a veces sólo le importa cobrar el
dinero del arriendo de la caza y no ocuparse más de si la caza se conserva o
no; porque unido a ese arriendo de la caza hay otros como el de los pastos de
ellas, el pastoreo la explotación agrícola de la misma, etcétera. Pero en todas
estas formas de explotación de una propiedad tiene que haber un equilibrio,
como es que el pastor no cace, ni moleste a los que pagan por explotar un bien
que a él no se le ha arrendado, como es el de la caza. Igualmente sería injusto
que los que arrendaron la caza se dediquen también al pastoreo en la finca.
Pues bien, en muchos de estos cotos —y ahí es donde queremos ir a
parar— hay un furtivismo interno de los propios pastores o ganaderos que como
están sobre la finca más tiempo que el cazador, de forma sibilina y oculta, se
dedican también a cazarla.
La queja general en este aspecto es que muchos pastores mantienen
perros de caza en ella, cuando esto lo tiene totalmente prohibido la ley;
molestan al cazador, echándoles el ganado encima cuando ejerce su deporte, por
el que ha pagado; ponen cepos o redes, emplean hurones, etcétera, etcétera.
Diario HOY, 14 de junio de 1983
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