Una de las cosas que más nos falla a los hombres es la memoria, pero
no sólo de los hechos ocurridos, sino de lo que podríamos llamar sensaciones
vividas de las que nos olvidamos totalmente.
En cuanto a la temperatura por ejemplo, hace menos de un mes que
estábamos pasando frío y nos habíamos olvidado totalmente de lo que son los
calores en Cáceres y ahora, de golpe, hace escasamente dos días, hemos entrado
en ellos, volviendo a recordar cosas nimias que hacíamos otros veranos, y que
ahora las teníamos totalmente olvidadas.
Son pequeñas cosas que no sé si ustedes hacen, pero que yo confieso
que las hago, aunque parezcan niñerías. Se trata, por ejemplo, en el callejeo
diario buscar la acera de la sombra; demorarse en alguna de ellas, porque corre
aire; pararse ante la puerta de un viejo zaguán, del que sale un riquísimo
fresquito y, además natural. Apetecerle a uno el estar bajo las viejas bóvedas
de alguna de las pocas casonas tradicionales que van quedando, porque los
alarifes antiguos supieron defenderse del calor mejor que lo hacen ahora
nuestros arquitectos, con esas construcciones estándar en las que no se
contempla el entorno climático en el que se van a instalar.
Cierto que ahora estas cuestiones se resuelven poniendo aire acondicionado,
pero ello es un despilfarro del progreso, que ha ido por donde no debería haber
ido, ya que lo lógico hubiera sido estudiar y evolucionar las soluciones
tradicionales, como esas de las bóvedas, los amplios muros, y aun las calles
estrechas donde el sol no entra. En definitiva, que los albañiles antiguos eran
más urbanistas que los actuales que lo solucionan todo con la facilidad del
aire acondicionado o la calefacción, sin tener en cuenta que estas son
soluciones carísimas a la larga. Ahora se construye así, sin pies ni cabeza.
Un ejemplo de lo que decimos, un mal ejemplo, es el Edificio de
Servicios Múltiples, copiado de unos urbanistas nórdicos que lo hicieron para
un país falto de luz, pero que puesto aquí en Cáceres, se mantiene a base de
aire acondicionado en verano y calefacción en invierno y se convierte en un
verdadero infierno, cuando el presupuesto no llega ni para uno ni para otra.
Hemos perdido la tradición de nuestros urbanistas, que la hubo y que
construían con arreglo a unos cánones más lógicos. A mis manos ha llegado un
libro sobre la construcción de ciudades y edificios en la América española. En
él se demuestra que todo estaba estudiado y pensado para el entorno climático
de cada ciudad. Se indica cómo deberían ser estas ciudades, con una amplia
plaza para la convivencia social donde sólo habría edificios públicos. Habría
calles anchas para el tráfico pero también estrechas para evitar el calor a los
ciudadanos de a pie… en fin, todo está medido, pensado y decretado desde el
centralismo de aquel entonces —que era más lógico de lo que pensamos—. Era un
urbanismo tradicional que inventamos los españoles y que ahora hemos olvidado
por imitar a otros. Muchas de las ciudades de América son hoy día un ejemplo de
lo positivo del mismo.
Pero como todo es relativo, diré que en Coria hubo un ciudadano
llamado de apellido Tato, que cuando más calor hacía se paseaba por el sol, y
si alguien le preguntaba, decía: “Estoy
refrescando mi casa, porque ahora entro y la encuentro fresquísima…”. En
fin, que todo es conformarse.
Diario HOY, 12 de junio de 1983
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