sábado, 7 de octubre de 2017

El perdido reino de la chaqueta blanca


Ahora cada cual viste como quiere en invierno y en verano, sobre todo la juventud, pero no hace tantos años esto no sucedía, sino que solía haber unas normas que nadie había dado, pero que todos acataban.
Muchos recordarán aquellos veranos calurosos en los que era casi un uniforme general la chaquetita blanca, y los jóvenes de aquel entonces parecíamos todos camareros, porque, cualquiera que se preciara, tenía que tener a punto la chaqueta blanca y la corbata de verano, que también era obligada. Yo no llegué a conocer los tiempos en que esta indumentaria se completaba con el “canotier” y el bastoncito de junco, pero en mi época, excepto eso, la indumentaria veraniega de los jóvenes seguía siendo la chaqueta blanca y la corbata. Lo de la corbata ha sido un “fetichismo” hasta hace poco, porque no es que quisiéramos usarla, sino que nos obligaba a hacerlo el que, sin ella, no podías entrar en ningún espectáculo público, como no podías entrar en mangas de camisa.
El invierno y el verano, en la juventud, estaba por la uniformidad, porque también en invierno era casi obligada la gabardina que producía la misma uniformidad que la chaquetita blanca veraniega.
Pero las modas evolucionan, y a la blanca chaqueta le sucedió la sahariana. Eran tiempos de posguerra y la sahariana tenía reminiscencias militares y estaba tomada de las que usaban nuestra tropas regulares en África, un poco reformada, pero conservando las hombreras y los cuatro obligados bolsillos, y variando un poco el color que iba desde el verde pradera al caqui. Era una prenda más práctica y arraigó, compartiendo su “reinado” con la “guayabera”, que era algo más ligero y adornado, con algún pliegue y algunos botones y que nos llegaba de Méjico, porque la “guayabera”, según tengo entendido, se inventó en Mérida de Yucatán, aunque a decir verdad las originales de este sitio llevan una serie de bordados y adornos de los que carecen las fabricadas aquí.
Tenemos que decir que esta evolución hacía las prendas frescas hispanoamericanas  tuvo en Cáceres más arraigo que en otros sitios, por celebrarse en aquel entonces en nuestra ciudad los famosos “Festivales Hispanoamericanos” que concentraban en ella la juventud de Hispanoamérica y Filipinas, con las que había también intercambios de modas y modos, hasta el punto de utilizarse también la camisa bordada filipina, que años antes ningún español se hubiera atrevido a llevar.
En líneas generales pienso que el desarraigo de esta tradición veraniega uniformada de los españoles debió romperse con la llegada del turismo en masa a nuestras costas que llegaron a imponer lo de “viste como quieras”.
Diario HOY, 6 de agosto de 1983

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